La deliberación para la toma de decisiones, basada exclusivamente en principios éticos, puede provocarnos una pérdida de enfoque y de perspectiva.

Hace más de diecisiete años, participé en una reunión de trabajo que dejó una huella imborrable en mi memoria. En ese entonces, trabajaba en una entidad gestora de servicios sociales especializados, y la reunión tenía como objetivo decidir quién, entre dos directivos, debía pasar de dirigir un centro de protección de menores a un centro de estancias diurnas para personas mayores. El cambio implicaba una significativa diferencia en la carga y disponibilidad horaria, ofreciendo una mejor conciliación entre la vida laboral y personal en el centro de estancias diurnas de mayores.
Las dos personas candidatas, un hombre y una mujer, eran licenciadas en psicología y tenían la misma antigüedad en la organización:
– Él, soltero y sin hijos, vivía cómodamente en un estudio amplio. No tenía problemas de salud significativos, ni personas dependientes a su cargo.
– Ella, casada y madre de dos hijos pequeños, una niña de cinco años y un niño de dos, enfrentaba una situación mucho más complicada. Su esposo trabajaba largas horas fuera de casa y su familia extensa vivía a más de cincuenta minutos de la ciudad.
En la reunión, el máximo responsable de la entidad propuso decidirlo a suertes, lanzando una moneda al aire para garantizar la imparcialidad y objetividad de la decisión. A todas las personas asistentes les pareció un método válido, basado en la justicia, ya que no beneficiaba a nadie en particular. Se lanzó la moneda y el beneficiado por esa suerte maldita fue él.
La reacción de ella fue devastadora. Aunque no dijo nada con palabras, su rostro lo expresó todo. Bajó la cabeza y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. En silencio, se retiró al baño a llorar. Nadie dijo nada. Sentí vergüenza y malestar, pero en ese momento no tenía la experiencia ni el conocimiento necesario o suficiente para discernir con claridad qué había de malo en ese método para tomar decisiones con justicia. Estaba basado en la objetividad y en la imparcialidad… ¿Cuál era el problema?
Con el tiempo, comprendí que esa decisión, aparentemente justa, culminó en una situación de opresión profundamente injusta, y que las personas perjudicadas fueron unas cuantas. No se consideraron las consecuencias para todas las partes involucradas, ni se valoró la importancia de la conciliación familiar. La moneda al aire, que simbolizaba imparcialidad, objetividad y justicia, ignoró completamente el contexto y las necesidades específicas de las personas candidatas.
La Ética de la Complejidad
La experiencia me ha llevado a entender la importancia de la ética de la complejidad que defienden autores como Joan Cánimas i Brugué. No me cansaré de declarar mi admiración por este filósofo de mi tiempo. Esta teoría ética contempla las implicaciones de todas las corrientes éticas con las que convive, en un mundo amplio y en constante cambio, y las situaciones de incertidumbre aparejadas a cada situación práctica. La ética de la complejidad reconoce que las decisiones éticas no pueden basarse únicamente en un principio o norma, sino que deben considerar múltiples perspectivas y contextos. Requiere una deliberación ética profunda, donde la reflexión y el análisis integral de las circunstancias, los valores, los diálogos horizontales, las emociones implicadas y las consecuencias son fundamentales.
Desde la deliberación ética, tal como yo la entiendo hoy en día, no habría habido azar en esta decisión.
El azar no observa las consecuencias. El azar no siente. El azar no es discursivo y no se cuestiona a sí mismo. El azar no puede acoger todas las emociones que desencadena para las personas participantes esta decisión. El azar no tiene por qué orientarse al mayor bien posible en un sentido ético.
Se habría discutido desde una óptica de compasión y cuidado, considerando el impacto en la vida de ella y su familia. La ética de las consecuencias también habría llevado a un análisis más profundo de los efectos a largo plazo de la decisión. Desde la perspectiva de la ética de la virtud y el diálogo, la decisión se habría construido a través de la palabra, buscando el mayor bien posible.
Reflexiones Finales
La historia que he compartido no es sólo un relato de una decisión laboral, sino una reflexión sobre la importancia de la deliberación ética, la reflexión, en los contextos profesionales, pero dando cabida a esa noción de complejidad de la ética aplicada. La justicia, entendida únicamente como imparcialidad y objetividad, puede llevarnos a decisiones profundamente injustas si no consideramos el contexto y las consecuencias que va a tener para todas las personas involucradas. Y esto puede suceder con cualquier otro valor o principio ético, tomado por sí solo para deliberar (desde una óptica eminentemente principialista) y sin contemplar toda la complejidad de aristas y formas teóricas de análisis (corrientes éticas) de las situaciones conflictivas.
Es necesario promover un enfoque ético que combine diferentes perspectivas, fomentando el diálogo y el análisis profundo para orientar nuestras decisiones hacia el mayor bien posible. La ética de la complejidad nos enseña que no hay una única solución o enfoque para las situaciones humanas y sociales, y requiere la integración de diversas corrientes éticas, en un proceso deliberativo que busque comprender y atender todas las implicaciones y circunstancias involucradas. Solo así podremos tomar decisiones más justas y humanas, que realmente promuevan el bienestar y la justicia en su sentido más amplio.
Por Inmaculada Asensio Fernández.
La ética y el mudo laboral tienen una relación compleja, creo que en muy pocos trabajos se platean valores éticos a la hora de contratar.