El duelo no es el final del camino

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Por Inmaculada Asensio Fernández.

Puedes escuchar esta entrada de blog, a continuación:

Hace poco me encontré con una animación en Instagram que me llamó mucho la atención, tanto las imágenes, como los textos y la música, capaces de llegar al corazón. Creada por Dani Vibes, y centrada en la vivencia de una situación de duelo, de lo que significa perder algo o a alguien, y cómo afrontarlo. Puedes verla aquí: Instagram Reel.

Lo que más me llamó la atención fueron los cientos de comentarios que la acompañaban. Personas completamente ajenas a mi vida compartían sus historias, sus sentimientos y sus reflexiones sobre lo que significa atravesar un proceso de dolor profundo por una pérdida, a veces por separación, y otras por muerte. Había dolor, lágrimas, pero también mensajes de esperanza y aprendizaje por parte de quiénes ya lo atravesaron y están en otro escalón del proceso de recuperación, lo que les ofrece una panorámica más realista de lo que supone superar una experiencia tan difícil. Sentí que tenía que escribir algo al respecto.

Esta entrada se basa, por tanto, en esos comentarios que he ido leyendo, para que ninguna persona viva un proceso de estas características en soledad, sino que podamos ser capaces de sentir una especial conexión con personas desconocidas y ajenas que están atravesando, o han atravesado lo mismo, pues de alguna manera es una vivencia que nos conecta como la gran familia que somos.

No todas las pérdidas son iguales, así como no es lo mismo una desaparición, una separación, o un fallecimiento…, ni tampoco las personas viven estas experiencias de modo similar, pero todas ellas pueden aportar desde su particular ángulo de visión qué podemos hacer ante una situación similar.

El Duelo

Mi amigo Paco, del que hablaré más adelante, afirma que un duelo es un padecimiento similar a una enfermedad, del cual dice que tiene cura, pero requiere tiempo y apoyo, y que cada cual lo vive a su manera.

El duelo es algo universal, ya que cualquier persona lo puede sufrir a lo largo de su vida, incluso varias veces, aunque su forma y profundidad pueden variar de una persona a otra, a juzgar por lo que muchas personas expresaron en los comentarios de esa publicación, vamos ver esto.

Entre los comentarios que más llamaron mi atención hay una frase se repetía de distintas maneras: «El duelo no es solo emocional, también es físico». Personas que hablaban de noches de insomnio, de no poder respirar, de un cansancio constante. Alguien escribió: «Me dolían partes del cuerpo que nunca antes me habían dolido». Estas palabras me recordaron cómo la mente y el cuerpo están profundamente conectados. Cuando el corazón sufre, todo nuestro ser lo resiente. Porque cuando una relación termina, no solo perdemos a la persona, sino también los sueños, las rutinas y las promesas que habíamos construido juntos: un proyecto de vida en común. Ese vacío puede ser devastador, especialmente cuando el futuro que imaginamos desaparece de golpe.

Del dolor al sufrimiento

Uno de los aspectos que más me hizo reflexionar al leer los comentarios fue cómo las personas distinguían entre el dolor y el sufrimiento, algo que, aunque sutil, encierra una profundidad importante. El dolor, en su esencia, surge del desarraigo: nos alejamos de una creencia, de una estructura, de una vida que habíamos construido y que, aunque tal vez no era perfecta, formaba parte de nuestra identidad. Cuando eso desaparece, nos deja un vacío tan grande que incluso tendemos a sobredimensionarlo, viéndolo como algo insuperable. Es una reacción natural: lo que una vez valoramos, y de alguna forma disfrutábamos, ya no está. Y duele.

Sin embargo, el sufrimiento es otra cosa. Es lo que ocurre cuando ahondamos en ese vacío, cuando dejamos que el dolor nos envuelva al punto de no encontrar sentido en nuestra vida diaria. Es un proceso que nos resquebraja por dentro y nos aísla, impidiéndonos ver la luz al final del túnel. En cierto modo, el sufrimiento es como un eco persistente del dolor que, en lugar de disiparse, se instala en lo profundo.

Muchos de los comentarios reflejaban esta transición: personas atrapadas en el sufrimiento, pero también historias de quienes lograron salir de él. Y aquí es donde reside la clave: aunque el dolor es inevitable y humano, el sufrimiento prolongado puede evitarse si nos permitimos buscar apoyo, procesar nuestras emociones y confiar en que, con tiempo y esfuerzo, podemos sanar.

El duelo emocional está lleno de preguntas: ¿Por qué pasó esto? ¿Qué hice mal? ¿Cómo sigo adelante? ¿Algún día volveré a sentirme bien como antes?

En los comentarios, muchas personas compartieron esta sensación de incertidumbre, de estar atrapados en una espiral de dudas y recuerdos. Una persona lo resumió así: «No entiendo por qué hay que despedirse de quien amas. No sé cómo vivir sin sus ‘buenos días'». Esta confusión es una parte inevitable del proceso, pero también una que, con el tiempo, comienza a disiparse.

«Todo pasa, aunque duela»

Una de las cosas más reconfortantes de leer estos comentarios fue encontrar palabras de quienes han salido del proceso de duelo, lo han superado. Personas que, tras meses o incluso años, encontraron alivio y paz, e incluso la ilusión de volver a comenzar. Una frase que se quedó conmigo fue: «Al principio, sentí que nunca volvería a ser feliz, pero un día desperté y ya no dolía tanto. Todo pasa, incluso esto». Es un recordatorio poderoso de que, aunque el duelo sea intenso, no es eterno.

En mi propia experiencia, como Inmaculada Asensio, recuerdo con profundo cariño la muerte de una gran amiga y colega profesional, Carmen. Su fallecimiento ocurrió en cuestión de pocos meses, como un suspiro, después de que le detectaran un cáncer en estado muy avanzado. Carmen estaba casada con Paco, un hombre maravilloso que he mencionado en los primeros párrafos. Ambos estaban a punto de jubilarse, soñando con una vida de disfrute tras el esfuerzo de más de 40 años juntos: una vida en común. Pero esta misma vida no les permitió continuar con esos planes en la tierra. Cuando se iba acercando el momento de su muerte, mi amiga Carmen, en su inmensa generosidad, hizo todo lo posible por convencer a su marido de que no se quedara solo, de que volviera a enamorarse tras su muerte. Ella lo quería bien, sin posesión. Verdaderamente le apenaba que su marido, que tenía tantas ganas de vivir, se quedara sin compañera de vida. Cuando hablo de Carmen, si digo «generosidad» me quedo corta.

Sin embargo, Paco no pudo aceptar esa muerte tan rápida y abrupta, que truncó todas sus expectativas, sus recursos emocionales de ese momento y sus planes. Atravesó un duelo muy complicado que se prolongó durante años. Siempre que hablaba con él, nos telefoneábamos con frecuencia, a veces pensaba que él nunca lo iba a superar, que viviría permanentemente bajo esa escala de grises que parecía envolverlo todo en su vida. Pero, un buen día, más de cinco años después del fallecimiento de Carmen, Paco me sorprendió con una noticia que me llenó de alegría: me dijo que se había vuelto a enamorar. No solo eso, sino que también se había vuelto a casar. Me dijo: ya no estoy enfermo Inmaculada, lo he superado.

¿Cómo se atraviesa el duelo?

Aunque no hay una receta mágica, los comentarios de la publicación que ha dado como resultado esta entrada de blog, se reflejan ciertos pasos que pueden ayudar:

  1. Permitirnos sentir: El dolor no se supera ignorándolo. Es importante reconocerlo y darle espacio para salir.
  2. Buscar apoyo: Hablar con amigos, familiares o profesionales (terapeutas) puede marcar la diferencia. Compartir el peso del duelo lo hace más llevadero.
  3. Construir nuevas rutinas: Poco a poco, crear nuevos hábitos ayuda a llenar el vacío que dejó la pérdida.
  4. Confiar en el tiempo: Aunque no lo cura todo, el tiempo ayuda a darle perspectiva a lo que estamos viviendo, a recolocarlo en nuestras experiencias de vida, justo en su lugar para que nos nos perturbe y podamos funcionar con normalidad, como seres humanos que somos, con un buen repertorio de necesidades.

No es necesario apresurar el proceso

En momentos de duelo, es común sentir la tentación de llenar el vacío rápidamente, buscando sustituir a esa persona o situación perdida con algo o alguien más. Sin embargo, esto suele ser un error. En el mejor de los casos, solo consigue anestesiar el dolor temporalmente. Pero en muchas ocasiones, puede causar aún más daño. Como bien mencionaron varias personas en los comentarios, este camino puede herir a quienes no tienen culpa, o generarnos sentimientos de culpa a nosotros mismos y, en última instancia, dejarnos con un vacío aún mayor, o hacernos entrar en comparaciones que sólo vengan a confirmar una hipótesis de partida que no nos ayuda a enfocar las cosas de otra manera, porque no ha dado tiempo real para ordenar por dentro toda la experiencia: creer que nadie será tan maravilloso como la persona que hemos perdido, y es que ninguna persona es igual a otra, ni falta que hace.

El duelo necesita su tiempo. Nuestra mente, nuestro espíritu y nuestro cuerpo requieren un proceso gradual natural de mejora que no puede apresurarse. Respetar ese tiempo es esencial para avanzar hacia la recuperación, y permitirnos, en el futuro, comenzar de nuevo desde un lugar más sano y fuerte…, y recuperar esa ilusión, que es inherente al ser humano.

Como dice la canción de Luz Casal, llegará un día en que estaremos preparados para volver a comenzar. Y hasta entonces, lo más importante es confiar en que ese momento llegará. No aislarnos, salir a relacionarnos con nuestra verdad, para ir renovando toda esa energía de dolor con el entorno, para que vaya mitigándose poco a poco.

Lo importante al detenerse en esos comentarios es descubrir que no estamos solas en estos procesos, hay millones de personas que en este momento los están atravesando al mismo tiempo. El dolor no define quién eres; es solo una parte de tu historia. Y como alguien comentó: «El duelo es el final de un capítulo, pero también es el comienzo de otro nuevo». Y hay días en los que la tristeza parece infinita, pero llegará un momento en que mirarás atrás, y te darás cuenta de lo lejos que has llegado.

La última canción de Rozalén, es un mantra para confiar en la vida que siempre se abre paso, aún en las situaciones más complicadas, por algo se llama Agarrarse a la vida:

«La ilusión puede volver. Distinta, pero puede volver«.

Inmaculada Asensio Fernández.

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