El dolor insoportable no prescribe ante “El Odio”. Ética y libertad de expresión en un caso de revictimización literaria


27/03/2025 Inmaculada Asensio Fernánd
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Esta entrada de blog surge en el marco de colaboración entre colegas de la BlogoTSfera, Plataforma Nacional de Blogs del Consejo General del Trabajo Social. En este caso, Belén Navarro Llobregat me ha invitado a compartir mi visión ética sobre la idoneidad de publicar y distribuir el libro El odio, editado por Anagrama y escrito por Luisgé Martín. Según anuncian diferentes medios, se publica con la promesa de explorar la mente de un asesino, aunque para muchos y muchas también es psicópata: hablamos de José Bretón.

Por si ustedes no lo recuerdan -me extrañaría por su repercusión mediática- José Bretón fue condenado en 2013 por la Audiencia Provincial de Córdoba como autor de dos delitos de asesinato, en concreto, de sus dos hijos menores de edad (2 y 6 años respectivamente). La condena asciende a 40 años, de los cuáles cumplirá sólo 25, de modo que está previsto que salga de la cárcel en 2036.

Respecto al crimen perpetrado por Bretón, el tribunal consideró probado lo siguiente:

  • Bretón mató a sus hijos de forma premeditada, como venganza hacia su exmujer, Ruth Ortiz, quien decidió poner fin a su matrimonio, y con quien estaba en proceso de separación en el momento de los hechos.
  • Quemó los cuerpos de sus hijos en una hoguera de la finca familiar, intentando hacer desaparecer las pruebas de tan atroz y deleznable delito.
  • Este asesino, denunció inicialmente la desaparición de su hija y su hijo, simulando que se habían perdido en un parque, pero la investigación desmontó su versión.

Volviendo al libro de Luisgé Martín, El odio, es importante señalar que la polémica no se ha generado solo por el tema que aborda, sino por la forma en la que ha sido concebido: sin contar con el conocimiento -y mucho menos el consentimiento- previos por parte de Ruth Ortiz, madre de los menores asesinados. Ella, única víctima superviviente de este crimen, ha manifestado públicamente su dolor y su rechazo ante la publicación de este libro, cuya existencia desconocía por completo. Ha solicitado amparo a la Fiscalía denunciando que esta publicación supone una nueva agresión, una forma de victimización secundaria, e incluso de violencia de género de algún modo simbólica (no se ve, pero se siente, es lo que sucede con el daño moral o psicológico).

Cabe señalar que, desde el marco legal, tenemos herramientas que refuerzan la necesidad de proteger a las víctimas frente a situaciones como esta. La Ley 4/2015, del Estatuto de la Víctima del Delito, reconoce expresamente el derecho de las víctimas a ser tratadas con respeto a su dignidad, a su vida privada y a ser protegidas frente a la victimización secundaria o repetida (art. 3). Además, en su preámbulo, esta ley recuerda que el sistema debe actuar. no solo desde una lógica jurídica, sino también minimizando los efectos traumáticos en lo moral, incluso cuando ya no hay un proceso penal en curso. En este caso, la publicación del libro El odio, sin previo conocimiento y consentimiento de Ruth Ortiz, puede entenderse como una forma de revictimización emocional de incalculables dimensiones.

Pero, más allá de las decisiones judiciales, como trabajadora social y experta en ética aplicada al ámbito de intervención del Trabajo Social, creo que es imprescindible retomar el debate que Belén Navarro Llobregat plantea con sus Mil dudas. Ella reconoce que su reacción inicial ante la publicación de este libro fue de curiosidad, incluso con la intención de leerlo, por el interés que puede despertar -como señala- conocer cómo una persona llega a despersonalizarse y desresponsabilizarse de sus propios actos; en el caso de Bretón, hasta el punto de asesinar a sus propios hijos.

Puede considerarse razonable el deseo de comprender los procesos internos de quienes cometen estos actos –la monstruosidad, el mal, la psicopatía, la violencia vicaria– puede tener un valor desde lo meramente profesional, en tanto trabajamos –intervenimos– con lo humano. Pero, desde el enfoque de las victimas, tanto un libro como un documental con un contenido tan sensible, pueden infligir un dolor infinito (incluso insuperable), con el potencial de convertirse en una forma más de violencia encubierta.

Belén Navarro deja abierta la puerta al debate, que yo retomo tras su invitación a participar de esta reflexión, y lo hace con la siguiente pregunta: ¿Pesa más el derecho a publicar sobre el verdugo o la protección de sus víctimas?

Es bastante razonable que Belén Navarro plantee que tiene dudas sobre este asunto, yo también le he dado muchas vueltas antes de posicionarme, para no dejarme llevar meramente por la ética de la compasión hacia las víctimas. En este caso, colisionan varios valores cuya protección debe ser máxima, para vivir en una sociedad cívica. Por un lado, encontramos el valor de la libertad de expresión, que no solo es un principio democrático esencial, sino también un derecho humano fundamental, y como tal, especialmente protegido. Defenderlo es proteger la diversidad de ideas, el pensamiento crítico y la creación, en este caso literaria; de hecho, la editorial Anagrama se defiende aludiendo a este derecho. Sin embargo, otro derecho igualmente fundamental es la protección de la intimidad, el honor e imagen personal, lo que desemboca en el reconocimiento de la dignidad. Privar a una persona de estos derechos, la va a conducir a un daño emocional – moral importante, puede que irreparable, y hay que tener en cuenta que podría ser evitado. De este modo, aterrizamos en un principio bioético de primer orden: no maleficencia (no dañar).

Vamos a ahondar un poco más en los principios de la bioética

Tomando como referencia para este análisis los cuatro principios básicos de la bioética, recogidos en el Informe Belmont (1978), y que posteriormente fueron integrados en la Metodología Deliberativa desarrollada por el Dr. Diego Gracia Guillén, en La deliberación moral: el método de la ética clínica (2004), podemos afirmar que toda actuación humana puede ser observada y evaluada desde la óptica de los principios que se señalan a continuación, con el objetivo de valorar la calidad ética de nuestras decisiones:

  • 1. No maleficencia (no causar daño)
  • 2. Justicia
  • 3. Beneficencia
  • 4. Autonomía

Estos principios están jerarquizados por el Dr. Diego Gracia en su Metodología Deliberativa, pues -si bien los 4 son positivos y se orientan al bien, no todos tienen el mismo valor en los procesos de toma de decisiones: la no maleficencia y la justicia son principios de primer orden o prima facie en toda actuación humana.

En caso de duda, siempre prevalece el valor de no dañar (no maleficencia) y actuar bajo principios de justicia. José Bretón asesinó a sus propios hijos para generar un daño irreparable (y ya van 3 veces que mencionamos la palabra irreparable) en la que fuera su esposa, y va a continuar haciéndole daño a través de la pluma del renombrado escritor Luisgé Martín; de alguna manera, la violencia de género no cesa. Este es un daño evitable. Para muchos, el escritor podría parecer un mero instrumento (arma) para continuar con esa encomienda de Odio hacia quién fue su esposa y madre de sus hijos, pero que lo dejó.

El dolor de Ruth Ortiz no se extingue, y el hecho de que ella esté cargando con una herida que no cicatriza nos pide un esfuerzo extra por entender su situación y empatizar con ella. Desde la óptica de los principios básicos de la Bioética, dañar a una víctima que está viva (Ruth Ortiz), así como dañar la memoria de otras dos víctimas que están muertas (Ruth y José) parece que no es admisible, y resulta que si sólo conversamos con el enfoque de la libertad de expresión, es permisible que se puedan publicar libros como este, sin censura previa, sin ejercer ningún tipo de responsabilidad por el impacto que pueda causar. Esto nos lleva a la siguiente pregunta:

¿Cuánta violencia radical es capaz de soportar un ser humano?

Ruth Ortiz se ha visto abocada a solicitar la actuación de los poderes públicos para que se paralice la distribución del libro. Podemos imaginar el impacto emocional que ha supuesto para esta mujer enterarse por la prensa, sin información previa, de una publicación que revuelve lo más doloroso de su historia.

No sólo está en juego la libertad de expresión. También el derecho a la intimidad y al honor de las víctimas, incluidos los menores asesinados. El valor informativo es esencial en una democracia, pero también lo es establecer límites cuando se trata de evitar daños graves y previsibles en las victimas.

Análisis exprés desde la perspectiva de algunas corrientes éticas

Para enriquecer esta reflexión, también vamos a examinar el asunto desde el enfoque de distintas corrientes éticas, en concreto, las 5 familias éticas que reconoce el filósofo contemporáneo Joan Canímas i Brugué:

Desde un enfoque meramente principialista (Immanuel Kant), publicar el libro instrumentaliza a Ruth Ortiz y a sus hijos fallecidos. Se les utiliza como medio para un fin (comercial, literario, informativo o personal), lo que vulnera el deber moral de tratar a las personas como fines en sí mismas, no como medios.

Desde un enfoque consecuencialista o utilitarista, el daño moral, emocional y social causado a la única víctima superviviente, supera cualquier posible beneficio colectivo. El sufrimiento real de Ruth pesa más que la hipotética “reflexión sobre el mal” que nos puede ayudar a entender cómo funcionan los procesos de la mente de estas personas con perfiles psicopáticos.

Desde el enfoque de la ética de la virtud, una persona virtuosa actuaría con prudencia, empatía y compasión. Dar altavoz a un psicópata asesino, sin considerar a las víctimas, no es un acto virtuoso, sino una falta de sensibilidad ética que estremece a cualquiera. No olvidemos que ni el autor del libro, ni la propia editorial, tuvieron la deferencia de avisar a Ruth Ortiz de que este libro saldría a la luz.

Desde el enfoque de la ética dialógica, inspirada en pensadores como Jürgen Habermas, lo moralmente correcto surge del diálogo racional en el que también participan las personas afectadas. Todas las voces son escuchadas y respetadas. En este caso, ni Ruth Ortiz ni su entorno fueron invitados a participar en ese diálogo previo a la publicación del libro, ni se respetaron las condiciones mínimas de una comunicación ética, como la igualdad de participación, la sinceridad o la voluntad de entendimiento. Parece que todo se tejió a espaldas de Ruth Ortiz y su entorno.

Desde el enfoque de la ética del cuidado, se debe proteger a las personas vulnerables de situaciones dolosas certeras. Publicar y distribuir el libro, sin consentimiento expreso de Ruth, es una falta grave de empatía y una ruptura del deber moral de cuidar a quien sigue sufriendo en vida un daño irreparable, como es que maten a tus hijos.

Aprender de experiencias previas también aporta utilidad

La historia ofrece paralelismos con casos cuyo tratamiento mediático fue desmedido y sin ningún control, como sucedió con las conocidas como Niñas de Alcásser. Recuerdo las imágenes que se proyectaban, día tras día, en los noticieros de principios de los años 90. Yo era una pre-adolescente que recuerda cómo muchas familias nos quedábamos pegadas al televisor, siguiendo al minuto el avance del terrible desenlace del caso de estas niñas. Y cuando ya se encontraron sus cuerpos, comenzó un circo mediático sin precedentes. Rostros desencajados, dolor infinito, cámaras invadiendo espacios públicos (plazas de pueblo y hogares), cámaras y micrófonos buscando escenas desgarradoras respecto a los padres de las niñas. La periodista más conocida en aquellos años vinculada a las Niñas de Alcasser era Nieves Herrero, y años después, gracias a un amigo periodista, supe que aquel tratamiento mediático se estudia hoy como ejemplo de mal periodismo en los grados universitarios de Ciencias de la Información. En aquel momento no sabíamos por qué nos enganchábamos a esa telebasura, pero era evidente que el morbo lo impregnaba todo. El daño que se infligió a esas familias fue inmenso. Algunas personas enfermaron, otras murieron pocos años después. Todas arrastraron secuelas psicológicas.

Conclusión

Desde la perspectiva de los principios de la bioética, así como desde el enfoque de las corrientes éticas, y sumando a todo ello la voz de la experiencia sobre las repercusiones que han tenido casos mediáticos similares, considero que la publicación y distribución del libro El odio tiene como límite ético el daño irreparable a la única victima viviente, Ruth Ortiz.

De este modo, a mi juicio lo que debería prevalecer en este caso es NO DAÑAR, proteger la integridad moral de Ruth Ortíz, proteger la intimidad e imagen y honor de sus hijos, que es otro derecho fundamental, y esto implica evitar la publicación y distribución de este libro, aún en detrimento de otros valores tan importantes como la libertad de expresión y el valor informativo. Considero que causar un daño mayor a la victima es condenarla en vida, y que no hay derecho a causar tanto sufrimiento. La vida de un ser humano merece la pena.

Este libro implica un daño directo, evitable y previsible a la única víctima con vida y a la memoria de sus hijos asesinados. Se vulneran, por tanto, principios éticos fundamentales como la no maleficencia, la autonomía de la madre de los menores asesinados (al no ser informada ni consultada sobre el contenido del libro), y el cuidado. De este modo, y aún reconociendo que la libertad de expresión y el derecho a la información son valores esenciales, como decíamos en los párrafos precedentes, no a costa de la explotación del sufrimiento humano y el uso instrumental de las víctimas con fines comerciales o personales.

El desequilibrio entre el presunto valor informativo y de interés público, y el dolor privado a la madre, evidencia una falta de empatía y de virtud en la actuación del autor y la editorial, al no haber tenido en cuenta, ni siquiera mínimamente, la voz y el consentimiento de quien sigue viva y cargando con una herida abierta.

En consecuencia, me sumo a todas esas voces que consideran que no es ético publicar ni distribuir el libro «El odio«.

Por Inmaculada Asensio Fernández.

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