Donald Trump y Benjamin Netanyahu acordaron un alto al fuego en Gaza el 9 de octubre de 2025.

Hace cuatro días nos despertamos con la noticia de que Trump y Netanyahu estaban cocinando un plan de paz para el «conflicto bélico» entre israelíes y palestinos, mágicamente capitaneado por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Muchas personas respiraron aliviadas al conocer que todos los males del pueblo palestino llegarían a su fin, pero resulta que es un alto al fuego donde -como dice Miguel Charisteas- «ya no queda ni una guardería que bombardear«, está todo arrasado.
Según Los Ángeles Times, la cifra de muertes palestinas supera los 64.000 solo en Gaza, en su mayoría civiles: mujeres, niños, ancianos, personas desarmadas. Gente ajena a las decisiones de Hamás, ajena a la lógica de la guerra, e incluso a cualquier tipo de defensa.
Seres humanos que se levantaban cada mañana para ir a trabajar, estudiaban, cumplían proyectos, hacían el amor, tenían sueños…, hasta que en junio de 2025 comenzaron a caer las bombas. Y día tras día fueron exterminados por la hambruna, la masacre indiscriminada y el horror. Una maquinaria por muchos llamada Guerra, y por otras (entre las que me incluyo) Genocidio, ya que ha estado dirigida contra cuerpos sin protección.
¿Y ahora qué?
Evidentemente, tener constancia del fin de un genocidio como al que hemos asistido, parece -a priori- una buena noticia, no podemos negarlo. Pero en una lectura más reposada nos preguntamos si es suficiente con poner fin al fin (al exterminio) de todo un pueblo, cuando este ya se ha llevado a cabo.
Me pregunto cómo se puede restaurar la dignidad de un pueblo masacrado.
¿Cuál sería la hoja de ruta moral a partir de la firma de un pacto de paz?
Para que esa paz se convierta en una estructura firme, considero que deberían darse al menos los siguientes requisitos:
Desde el valor de la justicia
- Llevar a cabo un proceso judicial que juzgue los acontecimientos, absolutamente imparcial.
- Reconocer y asumir la responsabilidad de los perpetradores por lo sucedido.
- Reconocer el daño causado a las victimas: esto es lo mínimo para comenzar a hablar, un punto de partida innegociable.
- De hecho, cifrar y nombrar a cada una de las víctimas, tras un censo abierto y público.
- Devolver el lugar a quienes fueron desplazados y deshumanizados.
Desde el valor del bienestar
- Realizar acciones que impulsen la reconstrucción de la zona dañada, y de sus poblaciones.
- Reconocer el lugar que le corresponde a las personas sometidas/ destruidas en el escenario dado.
- Hacer todo lo máximo por reparar el daño.
- Reconstruir la Franja de Gaza, tanto material como simbólicamente.
Esto es lo mínimo para comenzar a hablar, pero al menos en este momento, suena más a ilusión que a realidad.
Lo cierto es que nada devolverá la vida a las personas que han muerto, ni borrará el trauma de quiénes sobrevivieron y asistieron en primera persona a toda esta atrocidad. Y considero que para asegurar que no haya acciones pendulares en el curso de la historia, no basta con el fin -más que necesario- sino que ahora les toca a las personas palestinas resignificar la masacre sufrida y tratar de sanar lo irreparable, exigiendo reparación: bienestar y justicia.
Pero esto no involucra solo al Estado de Israel. También interpela a la Corte Penal Internacional, a la ONU y sus organismos especializados, incluso a Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Europea. Pero seamos honestas, nadie quiere enfrentarse a Israel. El coste económico y diplomático es demasiado grande.
Sin embargo, y quizás por eso mismo, en este momento me llegan más preguntas que respuestas.
Inmaculada Asensio Fernández