Necesitamos desarrollar una nueva forma de pensar, según el sociólogo Edgar Morín

Pensar bien es actuar bien, para Edgar Morín. De este modo, parece que necesitamos huir de las polarizaciones y de las áreas de conocimiento organizadas en compartimentos estancos, sin tener en cuenta nada más que aquello que observo con la lógica del microscopio, y ampliando la mirada hacia todo lo que nos rodea, que debemos parar para observar. Desde esta posición de observación, las cuestiones no son blancas ni negras, ni se puede llegar en línea recta (lineal) hacia las conclusiones que generamos constantemente, sino que tenemos que explorar nuevas vías para alcanzar un conocimiento que inevitablemente es complejo, multidimensional.

Este mundo en el que vivimos está marcado por la inevitable incertumbre, parece que todo va a quebrar de un momento a otro, por la desconfianza en las instituciones, los casos de corrupción que son noticia y también portada casi todas las semanas, injusticia social, pobreza y desempleo…, más un sistema sanitario que -más que reparación- necesita rehacerse con una inversión real, y nadie entiende por qué no llega. Delincuencia, enfermedad mental (al menos ya se puede hablar de ella desde que las élites del deporte confesaron que un entorno de exigencia y rectitud para llegar a la cima, también rompe). Hay que aceptar la incertidumbre, la contradicción y la ambigüedad. No podemos huir de todo ello, sino que debemos incorporarlo.

El pensamiento simplificador mira el mundo a través de una lupa que solo enfoca una parte y borra el resto. De esta manera, lo que hace es entender el mundo reduciendo su complejidad a partes aisladas (dividir para comprender) y en ese esfuerzo interpretativo de sucesos y hechos, elimina todo lo que parece incierto, ambiguo o contradictorio, y postula verdades absolutas: las cosas son blancas o negras, no hay escala de grises. Trata de abrazar certezas, obviando bastantes piezas del puzzle, de modo que la visión fragmentada del mundo está servida.

El pensamiento complejo, en cambio, nos dice que el mundo no es un rompecabezas donde cada pieza encaja de manera perfecta, sino que todo está vivo y entrecruzado (las interconexiones pueden ser infinitas) y a veces se enredan y contradicen. Pensar desde el paradigma de la complejidad es aceptar que no siempre hay una verdad única, que muchas veces debemos aprender a sostener la duda- Que no tenemos recetas fijas para entender todo lo que sucede, sino que debemos esforzarnos por tratar de establecer conexiones y tener una actitud para buscar el sentido de las cosas que suceden, incluso cuando la búsqueda de la respuesta no sea fácil.

Pensar desde el paradigma de la complejidad implica aceptar que no es suficiente con acumular saberes y perfeccionar técnicas, sino que también es necesario cultivar una conciencia que asuma que todo conocimiento está enredado con otros saberes, contextos, historias, vivencias y sucesos de todo tipo. La razón es rigurosa (causa efecto en linea recta), pero hoy en día tiene que dialogar con todo lo que sucede en este mundo convulso, lo que requiere huir de la arrogancia (casi siempre molesta) de la persona experta, para situarnos en el humilde estatus del aprendiz, como arquetipo que representa la construcción continuada del pensamiento, observando los hechos en el tiempo presente.

Decálogo de características de la complejidad (pp. 41-84):

  • Multidimensionalidad: no se reduce a una sola dimensión (biológica, psicológica, social…), sino que integra todas para comprender los fenómenos en su riqueza total
  • Interconexión: todo está relacionado: los sistemas, los saberes, los hechos. Nada se entiende por sí solo, fuera de contexto.
  • Incertidumbre aceptada: la complejidad no busca certezas absolutas, sino que convive con la duda, el caos y lo inesperado.
  • Pensamiento sistémico: no sigue una línea recta causa-efecto, sino que considera bucles, retroalimentaciones y relaciones circulares.
  • Apertura: es un pensamiento flexible, que no cierra respuestas ni se aferra a dogmas, siempre está dispuesto a revisarse y enriquecerse.
  • Paradójico y dialógico: reconoce la existencia de contradicciones y tensiones (vida/muerte, orden/caos) y las integra como parte natural del mundo.
  • Auto-organización: comprende que muchos sistemas se organizan sin necesidad de una autoridad externa, a través de procesos internos dinámicos.
  • Hologramaticidad: cada parte contiene algo del todo, y el todo está presente en cada parte (inspirado en la metáfora del holograma).
  • Transdisciplinariedad: cruza los límites entre las disciplinas del saber para construir una visión más global y articulada de los fenómenos.
  • Ética del conocimiento: no se limita a conocer por conocer, sino que piensa en las consecuencias del saber y promueve una actitud responsable.

La ética de la complejidad, según la forma de pensar de Edgar Morin, propone una forma de actuar profesionalmente que no se basa únicamente en leyes, normas y protocolos de actuación, sino que exige una mirada más amplia, situada y centrada en la persona, en el ser humano. Cada decisión que se toma desde el ámbito profesional está imbricada en redes de relaciones, contextos cambiantes, directrices políticas, y múltiples dimensiones que no pueden reducirse a lo correcto o incorrecto. Supone aceptar la incertidumbre, la ambigüedad y el conflicto como parte del ejercicio profesional, y actuar con responsabilidad, conciencia crítica y apertura al diálogo entre saberes. Esta ética no busca certezas absolutas, sino una actitud comprometida con el cuidado de las personas, el entorno y la vida en todas sus formas. Así, la persona profesional deja de ser solo una autómata que ejecuta tareas, para convertirse en alguien que reflexiona, conecta, y se implica ética y emocionalmente con su práctica profesional.

Todos los días de nuestra vida tendremos que sostener el reflejo de nuestra mirada frente a un espejo, lo deseable es que la imagen (que no es visible a los ojos) sea nítida y nos produzca satisfacción y paz.

Morin, Edgar (1994). Introducción al pensamiento complejo. Barcelona: Gedisa.

Por Inmaculada Asensio Fernández.

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