¿Cómo afrontar la hostilidad en los contextos profesionales?

La hostilidad es una actitud personal vinculada a las expresiones de ira hacia las personas que tenemos cerca, como por ejemplo la familia, las amistades o los compañeros y compañeras del trabajo. Dada su repercusión en la calidad de vida profesional, en esta entrada de blog nos vamos a centrar en la hostilidad en los contextos profesionales.

Las personas hostiles suelen estar en actitud de defensa y ataque casi todo el tiempo –pura pelea– lo cual es bastante molesto y desgastante para las personas que están a su alrededor. Suelen ser tercas e intransigentes, desconfiadas y negativas, y por este motivo generan mucho rechazo en las personas con las que se relacionan.

A menudo se muestran poco conscientes de lo lesiva que es su conducta, y puede que esa inconsciencia se relacione con la falta de sinceridad de las personas que tiene a su alrededor, ya que nadie desea comunicar las verdades del barquero a quién estará posicionado en la ofensa eterna, ¿a quién le gusta un sincericidio? Además, las reacciones de estas personas pueden ser difícilmente controlables a través de un diálogo pausado y respetuoso.

La jefa o el compañero que nos aborda con una actitud desafiante o agresiva, quizá por algún contratiempo que surge…, porque necesita una información que no tiene a mano o por alguna mala interpretación… quizá de un gesto o una palabra tuya … Estas personas contaminan los espacios de trabajo y son difíciles de soportar. Nos pueden llevar, en los casos más graves, a promover un cambio de actividad o de servicio, para ponernos a salvo.

Quedarse y luchar, tiene un coste. Huir y ponerse a salvo, también.

Si te quedas y luchas, corres el riesgo de verte violentada a superar tus límites de tolerancia a la agresividad una y otra vez, incluso puede que, en más de una ocasión, te sientas tentada a defenderte con contundencia -¡hasta aquí he llegado!-, recurriendo a conductas agresivas: lucha cuerpo a cuerpo, o lucha intelecto a intelecto.

Si huyes y te pones a salvo, corres el riesgo de reprocharte el no haber tomado el control de la situación, incluso puede que te reproches haber actuado como una o un cobardica.

Puedo permitirme el lujo de compartir que yo misma he padecido este tipo de comportamientos hostiles en alguna experiencia profesional, y el recuerdo de estas personas se te queda grabado por lo desagradable que puede llegar a ser. Sin embargo, con la perspectiva del tiempo te das cuenta de que hostilidad y desgaste muchas veces van de la mano.

Estas personas están tan quemadas y amargadas que suelen complicar a todos los que tienen a su alrededor.

Esto lo describe muy bien el psicólogo Fidel Delgado en algunos de sus videos de youtube (en los que se hace llamar titiripeuta):

«el que está quemado es el último en darse cuenta, pero para el resto es muy evidente el olor a chamusquina que desprende».

Él recuerda lo dramático que puede llegar a ser esto, porque estas personas no sólo no aportan casi nada o nada a su trabajo, sino que arremeten contra las iniciativas e ilusiones del resto de compañeras y compañeros.

Las personas con actitudes hostiles modifican el clima laboral y lo enrarecen, y es bueno armarse de estrategias y recursos para que, en nuestro encuentro con ellos o ellas, no tengamos que salir mal parados, como vemos a diario (cada vez hay más acciones formativas para abordar situaciones de acoso laboral en la administración pública, por ejemplo).  

El enfurecimiento destruye las relaciones entre las personas y empeora cualquier situación de tensión, estrés o malestar. La hostilidad sólo pretende ejercer control sobre otras personas, por tanto, sus fundamentos irracionales se relacionan con el deseo de poder sobre otros, desde la falsa creencia de que podemos manejar todas las situaciones según nuestro –digamos- punto de vista experto.

¿Cómo podemos afrontar esa actitud de hostilidad hacia nosotras en el momento en que se produce?

Lo principal es reducir la intensidad de la reacción emocional, pero sin hacer nada por reducirla. Escuchar, sin más, sin dar muestras de que estamos asustadas. Mantener la calma en lugar de pedir a la persona que se calme. Si queremos hacerle ver lo mal que nos ha hecho sentir (las consecuencias de su actitud), deberemos esperar a que esté calmado, nunca antes.

Hacer ver a la persona, según vaya cediendo la intensidad de su estado emocional, que la comprendemos y que sabemos cómo se puede estar sintiendo, puede hacer que sus actitudes vayan aplacándose.

Como veis, me da igual si hablamos de compañeros o de jefas, no me importa porque hablamos de PERSONAS… seres normales, no superiores ni iluminados.  

Nadie tiene más valor que otros. La dignidad es inherente al ser humano.

Si la situación no cede de ninguna forma, o si la persona nos amenaza con agredirnos a nosotras, a sí misma o a otros, pediremos ayuda inmediatamente.

Si la situación es insostenible y no queremos entrar en pelea, quizá lo mejor sea establecer un cordón sanitario con esa persona, o incluso abandonar ese espacio de trabajo.

Tampoco viene nada mal ponerlo en conocimiento de nuestros superiores jerárquicos por escrito, pidiendo que se tomen medidas concretas, incluso si quien ejerce ese control es nuestra jefa o jefe. No estaría de más confontarla con esta visión personal sobre su comportamiento. Si se lo plantea, puede que cambie de actitud, y, si no lo hace, nosotras tendríamos alguna evidencia de lo que está sucediendo, por si tenemos que tomar acciones judiciales.

El tema planteado da para mucha reflexión. Si te apetece, puedes compartir alguna experiencia. Seguro que sirve de inspiración al resto.

¿Te animas?

Inmaculada Asensio Fernández.

Imagen tomada de: https://es.123rf.com/photo_32935869_un-grupo-de-personas-de-dibujos-animados-lucha-con-pasteles-de-crema-.html?vti=n975z50ji1ef910myk-1-2

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