19 de agosto de 2023.
Me parece absolutamente incomprensible que existan fuerzas políticas que insistan en negar de forma sistemática el fenómeno de la Violencia de Género (VDG), a pesar de las cifras de asesinatos machistas que se registran cada año en nuestro país. Más concretamente, hoy es 19 de agosto, y ya se han contabilizado 40 asesinatos de mujeres a manos de sus parejas masculinas, en nuestro territorio ibérico.

Debemos destacar que, precisamente en España, fue a partir del año 2003 que comenzaron a contabilizarse oficialmente este tipo de asesinatos por VDG, por tanto, hay muchísimos casos que siempre permanecerán en la sombra del sustrato cultural de esas comunidades machistas y patriarcales en las que hemos sido criadas muchas personas, y que nos han influido hasta el punto de seguir negando lo evidenciable a través de las cifras.
Curiosamente, un informe publicado en el año 2019 por el Consejo General del Poder Judicial, analizó los asesinatos por VDG ocurridos en España entre enero de 2003 (fecha en la que el contador se puso a cero), y el 20 abril de 2019, día en que fue asesinada la víctima número 1000. Del informe se desprende que durante esos 17 años y 4 meses, cada semana fue asesinada una mujer en España a manos de su pareja o expareja hombre, constituyéndose la ruptura y la maternidad como los factores de riesgo por excelencia en estos casos.
Como Trabajadora Social nacida en el año 1978, he optado por realizar diversas acciones formativas a través del Colegio Oficial de Trabajo Social, para adquirir destrezas precisas para detectar con agudeza este tipo de violencias (peritaje judicial en casos de Violencia de Género), y para intervenir sobre ellas; ya que, cuando obtuve mi Título Universitario como Trabajadora Social en el año 2001 por la Universidad de Granada, todavía no existía (o no estaba asentada), esa conciencia feminista que hoy debería estar impregnando al alumnado de todas esas titulaciones que luchan por la justicia social, la igualdad, el bienestar y la autonomía de las personas.
Luego, a la hora de ejercer mi labor en las diferentes instituciones y organizaciones que figuran en mis 21 años de currículum profesional, debo admitir que ha habido situaciones en las he sufrido una colisión directa entre mis deberes deontológicos como trabajadora social, y el deber de cumplir y acatar las directrices de mis superiores jerárquicos. En la literatura, esto se llama conflicto de intereses, y no se da de forma aislada, sino que estos conflictos de intereses son relativamente habituales respecto al ejercicio de la profesión de Trabajo Social en el conjunto del territorio español.

(Ballestero, A., Uríz, M.ª J., Vicarret, J. J., 2012. Dilemas éticos de las trabajadoras y trabajadores sociales en España. Papers: Revista de sociología, 97(4), 875-898).
Debo reconocer y reconozco, que me he visto envuelta en situaciones laborales en las determinadas compañeras y compañeros de trabajo, e incluso mis superiores jerárquicos, me han confrontado directamente para disuadirme de denunciar situaciones de Violencia de Género a través de las vías formales u oficiales, desde el acervo común basado en la creencia de que es responsabilidad de la víctima denunciar estas situaciones, ya que es la que debe sostener todo el proceso después. Recuerdo una ocasión en la que una compañera psicóloga me dijo, respecto a un caso de violencia machista vinculado a una señora marroquí: “¿pero no ves que aquí en España las mujeres ven la televisión y saben que gozan de protección si denuncian a su pareja? Si no lo hacen es porque no quieren. Tú no te metas -no nos metas- en problemas”. No es objeto de esta entrada de blog detenerme en todo el periplo que atravesé para soportar todas las dinámicas de opresión generadas a raíz de ese caso de VDG, pero si quiero dejar constar que, desde la perspectiva de la distancia y la reflexión, también me han forjado como profesional, en el sentido de que me han hecho más fuerte y más feminista que nunca: ¡ni una menos!
Las organizaciones están impregnadas de valores y contravalores, respecto al marco general de referencia de la sociedad de la que emanan, y no podemos suponer que en medio de tanta diversidad, todas las personas van a compartir la misma visión respecto al tratamiento de las violencias, tanto las de género como las que se dan en el contexto familiar…, cuya naturaleza y tratamiento son completamente distintos.
Sin embargo, en el abordaje de todas ellas, la protección de las víctimas debería ser el valor incontestable para cualquier tipo de profesional involucrado en labores de ayuda a seres humanos: de la psicología, de la medicina, del trabajo social, etc. Pero, muchas veces, prima el valor de la autoprotección que defienden determinadas organizaciones, y determinados profesionales erosionados por el paso del tiempo… ¿quemados? Aunque luego, cuando lo hablan en reunión de equipo, camuflan la decisión de no denunciar las violencias como algo positivo para continuar trabajando con esas personas o sus familias desde otra perspectiva que mejore un poquito la situación familiar; por ejemplo, en personas adictas, abordar el control de la abstinencia como mecanismo de mejora de la convivencia (…).
Estas situaciones, lo único que evidencian es una ausencia total de perspectiva de género por parte de las instituciones con responsabilidad pública, que se dedican a labores de atención, apoyo, cuidados o tratamientos diversos para promover el bienestar. Sin embargo, el bienestar no puede entenderse sin el respeto a la dignidad de las personas, y sin el respeto al valor de la protección de las victimas que sufren violencia, ya que suelen ser las que tienen más dificultades para ponerse a salvo, tanto a ellas, como a sus hijos e hijas.
Particularmente, me produce una gran satisfacción saber que existen fuerzas políticas (afortunadamente la mayoría) que, no sólo no niegan la Violencia de Género, sino que reconocen que es estructural, por tanto, más difícil de erradicar, pues nos involucra a todas y a todos, de todas las edades, identidades culturales e ideológicas.
Entiendo que la labor preventiva es absolutamente nuclear para acabar con estas lacras sociales que tratan de tapar con un dedo un problema de agenda pública, la Violencia de Género, pero el sol siempre brilla más fuerte que el villano dedo, como sucede con las cifras estadísticas en estos casos.
Voy a traer al presente la mención a tres peques (menores de 9 años) que recientemente han perdido a su madre en la ciudad de Almería: presuntamente fue asesinada por su marido en presencia de los mismos, y ellos tendrán que vivir con «esto» el resto de sus vidas. Quienes nieguen la violencia machista, que hagan el favor de tomar asiento frente a estas tres almitas, y que inicien un diálogo honesto que les permita comprender que la Violencia de Género no existe, que no responde a una situación de dominación de su padre frente a su madre. Que ella tuvo las mismas oportunidades de defenderse, ya que en sus valores culturales de referencia siempre estuvo muy presente no soportar situaciones de obediencia hacia lo masculino, que siempre se la potenció para ser independiente y fuerte, y para no ejercer cuidados invisibles y devaluados por la sociedad. Que la víctima no se defendió porque no quiso, ya que, si era una asidua telespectadora de los canales televisivos españoles, seguro que sabía de sobra que las mujeres que denuncian son todas protegidas. Que no fue un caso de Violencia Machista, sino de violencia intrafamiliar.
Jamás lo harían. Jamás lo harán. Se les caería la cara de vergüenza.
Inmaculada Asensio Fernández.