
Este verano, mi buena amiga Elena me compartió esta frase: “Rejection is divine protection”, que literalmente se traduce como «el rechazo es protección divina«, y que significa que lo que sucede conviene, o que no hay mal que por bien no venga. Me llamó la atención el mensaje que esconde este dicho, pues parece una invitación a resignificar las experiencias que vivimos como una frustración, un fracaso o un rechazo en nuestras vidas.
A menudo, cuando no conseguimos algo que proyectamos o deseamos, lo interpretamos como un fracaso o pérdida, o una señal de que no hemos sido capaces, o no somos suficientes. Error 404 Not found, sin duda.
La frase inicial que da título a esta entrada de blog propone otra forma de ver e interpretar la realidad: cada «no» que nos da la vida podría ser una manera de protegernos de situaciones, personas o caminos que no están alineados con nuestro propósito y nuestro bienestar, aunque no nos demos cuenta en un primer momento. Puede que dentro de unos meses o unos años, con una perspectiva mucho más amplia de la situación, termines dando las gracias por ello. A mi me ha pasado.
Por eso, en lugar de percibir el rechazo como un golpe a nuestra autoestima, podemos elegir verlo de una manera más constructiva y resiliente, como un recordatorio de que la vida sigue su curso, y que muchas veces nos cuida de formas que no comprendemos del todo al principio, pero que –a toro pasado– vemos con toda claridad.
Lo que sucede conviene. Esta expresión es muy poderosa. En mi caso, la escuché por primera vez de manos de Yolanda de la Fuente Robles. Yo estaba embarazada de mi hijo Ander, y con muchos proyectos en curso, estresada, y no llegaba a todo. Le transmití a ella que necesitaba ralentizar para gestar bien a mi niño, y ella me dijo: lo que sucede conviene, Inmaculada. Ella no lo sabe, pero esas palabras resonaron en mí durante todo mi embarazo, y creo que nunca he dicho más noes a nuevos proyectos y actividades que en esos nueve meses de gestación. Gracias, Yolanda, me impulsaste a soltar deberes y a acogerme al cuidado.
La corriente filosófica del estoicismo nos enseña a vivir en acuerdo con la naturaleza, y a aceptar el flujo de la vida, confiando en que cada suceso tiene un sentido para nuestra evolución. Esta filosofía nos invita a abrazar el autodominio y la aceptación de lo que sucede, recordándonos que, aunque no siempre podamos ver el porqué de las cosas, pueden estar abriéndonos puertas hacia algo más adecuado y mejor.
El estoicismo nos invita a resignificar las experiencias desagradables de la vida como parte esencial de nuestro bienestar, y con fuerza y determinación. Esta filosofía nos enseña a aceptar con humildad lo que sucede, confiando en que siempre hay algo mejor alineado con nuestros valores. De este modo, un «no» deja de ser una prueba de nuestras capacidades o limitaciones, para convertirse en una señal de que la vida, con su ritmo único, nos guía hacia opciones aún por descubrir, impulsándonos desde el amor propio y el autocuidado.
El estoicismo es una de las escuelas de pensamiento más influyentes de la antigüedad, fue fundado por Zenón de Citio alrededor del siglo IV a.C. en Atenas. Su idea central es que la felicidad y la paz interior dependen de nuestra respuesta a las circunstancias, no de las circunstancias mismas. Los estoicos, como Séneca, Epicteto y Marco Aurelio, defendían que no tenemos control sobre los eventos externos, pero sí sobre nuestras propias emociones, pensamientos y reacciones.
El estoicismo nos invita a comprender que cada situación en la vida es una oportunidad para fortalecer nuestra resiliencia y fortaleza interior, como si se tratara de un músculo que debemos ejercitar en el gimnasio de la vida. Aceptar aquello que está fuera de nuestro control, y mantenernos receptivos a lo que la vida nos ofrece, es clave para vivir con serenidad. Después de todo, resistirse a lo inevitable no cambiará lo que no depende de nosotras. Nuestra responsabilidad ética está en transformarnos a nosotras mismas (personas), aspirando a ser más funcionales y amorosas, pero no en intentar cambiar a los demás. Esta perspectiva no implica conformismo, sino una inclinación a evitar la obstinación frente a los límites que nos imponen las circunstancias o las decisiones ajenas, permitiéndonos actuar con sabiduría y equilibrio.
Este enfoque no significa resignarse, sino abrirnos de nuevo, con la convicción de que cada experiencia, incluso negativa, tiene algo que enseñarnos.
Como trabajadora social, sé que las conexiones humanas y el amor son los hilos que tejen nuestra existencia, el vínculo esencial que lo conecta todo en este gran constructo que es la HUMANIDAD. Para mí, las conexiones humanas genuinas se traducen en la constitución de una red de apoyo mutuo, un tejido que es básico para avanzar en la vida, como manada. Cuando enfrentamos un rechazo en una conexión significativa, puede ser doloroso, no lo niego. Pero recordar que el amor siempre encuentra una forma de manifestarse en nuestra vida nos ayuda a no cerrar la puerta a nuevas oportunidades. A veces, los fracasos en las relaciones abren espacio para que otras cosas, situaciones y personas entren en nuestras vidas, para conexiones más profundas y sanas que nos conecten con lo mejor que tenemos. Aunque no siempre tengamos respuestas inmediatas, es importante confiar en que siempre hay oportunidades para fortalecer nuestro lazo con nosotras, y, desde ahí, con los demás.
Las personas no perdemos valor por aquello que no conseguimos, por las pérdidas que llevamos en la mochila, o por las expectativas truncadas. Observa cada experiencia desde el enfoque de los cuidados, y desde el amor propio. Es necesario confiar en el flujo de la vida y las conexiones verdaderas que están por llegar.
A veces es una gran verdad esa frase que dice «se despidieron, y en el el adiós ya estaba la bienvenida«.

Las situaciones que no se dan, pueden estar escondiendo una oportunidad mucho mejor, quizá para ser felices, o para evolucionar y descubrir lo amplia y variada que es la vida.
Inmaculada Asensio Fernández.