
La Paradoja de la Tolerancia, también conocida como la Paradoja de Popper, precisamente porque fue Karl Popper quien la formuló en 1945, refleja muy bien cómo la TOLERANCIA como concepto podría tener algunos límites en su aplicación práctica. Podemos presumir de flexibilidad, de apertura, de recibir con tranquilidad y buena actitud las ideas ajenas, aunque sean contrarias a las nuestras (soy una persona muy tolerante). Esto demuestra la capacidad que tiene el ser humano de vivir en comunidad y de adaptarse, aunque haya aspectos con los que pueda disentir. Sin embargo, también tenemos algunas reglas que persiguen, precisamente, la paz, el orden y la convivencia pacífica, entre las que se incluyen el respeto por el resto de las personas, no dañar deliberadamente, y respetar que todas las personas tienen su lugar en la sociedad.
Pero, ¿Qué sucede cuando alguna persona tiene manifestaciones, comportamientos y actitudes que reflejan intolerancia hacia otras? A ver, me explico:
Supongamos que a mi no me gusta comer cocido, y no soporto a las personas que lo comen (…), de manera que entre mis comentarios habituales están los insultos hacia las personas que tienen estos gustos (aunque comer cocido no hace daño a nadie) y expreso públicamente mi rechazo hacia los amantes de este plato. Además, a través de mis palabras intento adherir al resto de personas a mi idea original de rechazar a todas las personas que comen cocido. Estas personas, que para mi son repugnantes, no deberían compartir mesa conmigo, ni con ningún otro miembro de mi familia, ni deberían estar entre los miembros de nuestra comunidad.
Y cuando yo hago estas manifestaciones, exijo respeto y tolerancia hacia mi postura, la cual es absolutamente legítima para mi, que no soporto un plato de cocido.
Pues bien, esto es lo que está pasando hoy en día en el momento histórico que nos ha tocado vivir. Escuchamos comentarios que excluyen a grupos enteros de personas: inmigrantes, personas transexuales, personas feministas, etc. Si, escuchamos comentarios racistas en las plazas, en los bares, en las reuniones familiares, en los parlamentos y foros públicos y oficiales, y se nos exige tolerancia frente a comentarios y peticiones que a algunas personas nos parecen inadmisibles, como no condenar un asesinato machista, por ejemplo, por estar en contra del movimiento feminista.
Si, debemos hacer un esfuerzo por entendernos con los demás, por construir puentes, esto es absolutamente cierto. Pero, en una sociedad tan polarizada como la nuestra, y en la que se están normalizando los discursos de odio y de rechazo a otras culturas y géneros, por poner algunos ejemplos, ¿podemos conocer cuáles son los límites a la adecuada práctica de la tolerancia?
Sobre este aspecto la Fundación Naumann tiene una publicación que aborda la difícil paradoja de la tolerancia, y resume los límites que puede tener la Tolerancia como concepto, para pasar a la intolerancia de plano, a su opuesto. Lo que sucede es que también asoma otro riesgo, que es la censura, y que también provoca serios daños a la sociedad, motivo por el que debemos manejar el tema con sumo cuidado.
A pesar de la complejidad de la cuestión, no todos los discursos ni actitudes se pueden aceptar sin límites, hay banderas rojas que no se deberían nunca traspasar por el daño que generan, y que deben ponderarse siempre en toda situación.
Popper afirma que “la tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia… Tenemos por tanto que reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar la intolerancia”. Popper advierte que tolerar absolutamente todo significaría también tolerar a quienes limitan las libertades de los demás: discursos homofóbicos, xenofóbicos o racistas deberían admitirse sin límites.
Algunas ideas fuerza que se desprenden de la filosofía de Popper, y que resumo a continuación:
La tolerancia no puede ser ilimitada:
Si todo se tolera, incluso lo intolerante, la propia tolerancia acaba desapareciendo.
El límite está en la intolerancia activa:
Popper señala que solo debemos negar la tolerancia a quienes recurren a la violencia o incitan directamente a ella.
El derecho a debatir se mantiene:
No se trata de censurar ideas de inmediato: Popper dice que hay que rebatirlas racionalmente mientras sea posible.
El deber de defender la sociedad abierta:
Si las personas con actitudes intolerantes buscan destruir la democracia o las libertades, entonces la sociedad tiene el derecho (y el deber) de prohibir su propaganda o impedirles actuar. Es decir, si la democracia y la libertad es un valor, todas las personas tenemos que protegerlo, pues la historia ya nos ha enseñado qué sendas no debemos volver a pisar.
De manera resumida y como conclusión, podemos decir que el límite de la tolerancia está en no permitir la intolerancia que amenaza la libertad y la convivencia, especialmente cuando recurre a la violencia o niega el debate racional entre seres humanos.
Inmaculada Asensio Fernández.