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En esta vida hay espacio para todo, incluso para la belleza. La poesía esconde grandes secretos y revela pequeñas verdades. El escritor Pedro Salinas fue un gran virtuoso en el género literario de la poesía, y una de sus más famosas obras es La voz a ti debida, inspirada en su gran y prohibido amor Katherine R. Whitmore, estudiante norteamericana a la que conoció en el verano de 1932, y con la que mantuvo una relación secreta hasta 1947. Todas las cartas que se estuvieron enviando durante años son la prueba de su amor, y muchas de ellas se pueden consultar en la Houghton Library de la Universidad de Harvard, además han sido publicadas en el libro de Pedro Salinas Cartas a Katherine Whitmore.
Esta semana ha llegado a mí este precioso poema, contenido en La voz a ti debida, y hoy me apetece compartirlo a través de mi blog. El amor es una fuerza capaz de transformarlo todo, y es lo único que nos vamos a llevar puesto el día que partamos de Íthaca. De esto no me cabe la menor duda… ¿convicción o fe?
"¡Qué alegría vivir...!", de Pedro Salinas ¡Qué alegría, vivir sintiéndose vivido! Rendirse a la gran certidumbre, oscuramente, de que otro ser, fuera de mí, muy lejos, me está viviendo. Que cuando los espejos, los espías -azogues, almas cortas-, aseguran que estoy aquí, yo inmóvil, con los ojos cerrados y los labios, negándome al amor de la luz, de la flor y de los hombres, la verdad trasvisible es que camino sin mis pasos, con otros, allá lejos, y allí estoy buscando flores, luces, hablo. Que hay otro ser por el que miro el mundo porque me está queriendo con sus ojos. Que hay otra voz con la que digo cosas no sospechadas por mi gran silencio; y es que también me quiere con su voz. La vida -¡qué transporte ya!-, ignorancia de lo que son mis actos, que ella hace, En que ella vive, doble, suya y mía. Y cuando ella me hable de un cielo oscuro, de un paisaje blanco, recordaré estrellas que no vi, que ella miraba, y nieve que nevaba allá en su cielo. Con la extraña delicia de acordarse De haber tocado lo que no toqué sino con esas manos que no alcanzo a coger con las mías, tan distantes. y todo enajenado podrá el cuerpo descansar, quieto, muerto ya. Morirse en la alta confianza de que este vivir mío no era sólo mi vivir: era el nuestro. Y que me vive otro ser por detrás de la no muerte. (Pedro Salinas, La voz a ti debida)