Su amor propio se alimenta de la sumisión y de la falta de autoprotección de otros.
Las personas narcisistas sufren de inanición. Su herida es grande, y sus necesidades inmensas. Reclaman -en sus delirios- ser admiradas, deseadas, continuamente aplaudidas y observadas.
Su arma es disfrazarse de personas importantes y destacables, infinitamente superiores al resto de la humanidad. Es ridículo, pero su ceguera mental les impide percatarse de sus faltas, carencias y exigencias.
Suelen aparentar que su merecimiento social es mayor que el de otros, pero con un total vacío de valores necesarios para convivir en sociedad, como por el ejemplo el respeto a la integridad y a la dignidad de las personas.
Su amor propio se alimenta de la sumisión y de la falta de autoprotección de otros. Ponen su ojo seductor en personas que están en momentos bajos. Pero cuando estas personas despiertan y toman las riendas de la situación… soltándolos y manteniendo un contacto 0, su temor se torna en pánico y su mundo se resquebraja, ¿acaso ya no son importantes? En esos momentos, culpan a quien tienen enfrente de toda su frustración y sufrimiento y dejan entreabierta la puerta de sus vacíos.
Son narcisistas, en cierto modo dementes, de manera que provocan bastante sufrimiento en los demás. No tienen límites, y no son capaces de detectar los que le ponen los demás.
En sus desvaríos suelen considerarse más cercanos a lo divino que a lo humano, pero sólo son el vestigio de un recuerdo tóxico para las personas a las que tocaron de algún modo en su historia.
La evolución de la vida humana los pone en su sitio… enferman, envejecen y mueren. Declives biológicos a los que todos nos exponemos tarde o temprano, y que anuncian que nadie es superior a otro, y que nadie es tan fuerte como para ser considerado indestructible.
Tarde o temprano caen en el olvido, y esta es una lección de humildad antes de cruzar al lado de los que ya perecieron.
Inmaculada Asensio Fernández.