La sombra de la duda

duda

Hoy escribo sobre una sombra que a veces acecha en silencio, tras la cortina de la enorme sala de las decisiones en la vida: LA DUDA.

La RAE define dudar de la siguiente manera:
dudar (Del lat. dubitāre).
1. intr. Tener el ánimo perplejo y suspenso entre resoluciones y juicios contradictorios, sin decidirse por unos o por otros. U. t. c. tr. Después de dudarlo mucho, aceptó la oferta.
2. intr. Desconfiar, sospechar de alguien o algo. Todos dudábamos de él.
3. tr. Dar poco crédito a una información que se oye. Lo dudo.
4. tr. ant. temer.

Está claro que la toma de decisiones no siempre es un proceso ágil y fácil, en el que se cuenta con la fuerza suficiente para expresar y mantener lo que se dice. La sombra aparece porque la realidad ofrece múltiples versiones sobre un mismo acontecimiento, persona,  relación… y dependiendo del momento en el que nos encontremos, situación personal, estado de ánimo, grado de apoyos y demás,  esa realidad se interpreta de una manera o de otra.

Hay momentos en los que nos vemos abocados a tomar decisiones sobre cuestiones en las que tenemos miedo a equivocarnos, o incluso a arrepentirnos al tomar una opción u otra. En estos momentos la persona está literalmente bajo la sombra de una duda que le impide avanzar, que la congela colapsando todas sus funciones intelectuales, cognitivas y volitivas.

Casi todos los humanos tenemos miedo por anticipado, pues el miedo a equivocarnos es propio a nuestra especie. Los animales actúan movidos por el instinto de supervivencia (o intuición), y no se cuestionan ni se preguntan por las posibles alternativas, o qué sería lo mejor para ellos en cada situación, ni mucho menos se quedan mirando aquello que dejaron atrás. No repasan pros y contras, no culpan a nadie, del mismo modo que tampoco se sienten culpables por los movimientos que realizan. Digamos que esa mente parlante con la que cuentan los humanos que repasa datos, cifras y recuerdos, no está inmersa en sus procesos de supervivencia, por tanto se ahorran multitud de quebraderos de cabeza, de las famosas vueltas y vueltas a las diferentes opciones, a «lo que habría pasado si…», a las consecuencias y a las pérdidas que a veces supone el decidir un camino entre otros tantos disponibles. Simplemente sienten y actúan. Sin más.

Los humanos somos seres vivos más complejos. Aparte de todas las funciones vitales que nos permiten autoabastecernos, además pensamos, sentimos, expresamos… Lo que no está tan claro es que a la hora de actuar se tenga en cuenta o se siga la línea del pensamiento, del sentimiento y de lo que se ha expresado. Esto se presta a diferentes interpretaciones y a veces se cae en un estado de ambivalencia que vuelve a ensombrecer a la persona ante posibles caminos u opciones.

*(Llegados a este punto recomiendo la lectura del libro «Quién se ha llevado mi queso», escrito por Spencer Johnson:   https://es.wikipedia.org/wiki/%C2%BFQui%C3%A9n_se_ha_llevado_mi_queso%3F).

La RAE define ambivalencia de la siguiente manera:
1. f. Condición de lo que se presta a dos interpretaciones opuestas.
2. f. Psicol. Estado de ánimo, transitorio o permanente, en el que coexisten dos emociones o sentimientos opuestos, como el amor y el odio.
Encontrarse en un estado de ambivalencia, dependiendo del grado de importancia de la decisión a tomar, puede dejar a la persona en una situación de mucha ansiedad y tristeza a la hora de asumir sus decisiones, llegando incluso a requerir de apoyo externo para salir de esa situación, bien por parte de amistades o familiares, o bien apoyo más profesional.

Las personas no somos productos finales o acabados, sino que vamos cambiando y evolucionando constantemente. En este camino, podemos aprender a desarrollar aquellas conductas virtuosas que nos ayuden a superar nuestras limitaciones o defectos, si es que es nuestro interés.

¿Y cuál es la conducta virtuosa a desarrollar frente a la sombra de la duda?

Actuar desde una posición de coherencia interna, lo que se traduce en tomar decisiones desde la base de la no- contrariedad o sin contradicción; y además, actuar siguiendo la línea de lo que se piensa, siente y expresa, es decir, atendiendo a los propios valores, la forma de ser, así como las aspiraciones o el qué es lo que la vida espera de mí.

La RAE define coherencia de la siguiente manera:
1. f. Conexión, relación o unión de unas cosas con otras.
2. f. Actitud lógica y consecuente con una posición anterior. Lo hago por coherencia con mis principios

Alcanzar ese estado de coherencia interna y mantenerlo, es -por así decirlo- el ideal para todo ser humano. Lo que no se puede afirmar tajantemente es que en todas nuestras decisiones, sobre todo aquellas que conciernen a la administración de los afectos y las relaciones, se pueda decidir atendiendo a esa coherencia interna, sin el menoscabo de las contradicciones y de la disparidad de pensamientos, sentimientos y expresiones. O dicho de otro modo: quizá lo difícil no es hacerlo, sino mantenerlo.

La coherencia es una herramienta que nos permite comprobar si estamos bien alineados, es decir, si nuestras acciones, palabras y pensamientos están de acuerdo, si están regidos por nuestros miedos o, al contrario, conectados a algo más importante. La coherencia consigo mismo se acompaña, a menudo, por una sensación de bienestar físico; el cuerpo está relajado y los temores intelectuales apartados. Cuando somos coherentes no hay pérdida de energía, las sensaciones son agradables y positivas. Y estas sensaciones se dan aunque se eche de menos el camino por el que NO se optó. Ten en cuenta que se puede echar de menos sin ansiedad. Se puede echar de menos aceptando que lo que hemos escogido es lo mejor o más adecuado para nosotros en este momento de nuestra vida.

Las olas en los oceános están a merced de los vientos, no gozan de la independencia de una existencia propia.

Tomar conciencia de lo que es importante para mi vida ahora supone la clave para vivir en armonía conmigo misma, para no estar a merced de los vientos que soplen en cada momento.  Esa es la verdadera intuición: LA CERTEZA.

A ésto yo lo llamo dicha.

Autora: Inmaculada Asensio Fernández.

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