¿Te sientes incómoda con frecuencia por cosas que haces o no haces? ¿Te es familiar reprimir ciertas necesidades o gustos por el qué dirán? ¿Repasas una y otra vez diálogos, frases o situaciones ya vividas… pensando cómo te habrán visto otros…?
Puede que estés siendo víctima de la vergüenza y sus consecuencias no son para tomarlas a guasa, pues -por responder a las expectativas marcadas por el entorno- te puedes ver renunciando a tus deseos y necesidades, con el correspondiente coste personal y en una actitud absolutamente complaciente para los demás, pero decididamente castrante para ti.
Por definición encontramos que una de las acepciones de la vergüenza es: “sentimiento de pérdida de dignidad causado por una falta cometida, o por una humillación o insulto recibidos”. En este sentido, el sentimiento de falta de valoración e incomodidad que genera en quién lo porta, le impide actuar con resolución ante el hecho en cuestión que le ha llevado a avergonzarse.
Sentir vergüenza nos vuelve especialmente vulnerables a la opinión y juicios ajenos. Dificulta el acceso a la fuente de fortaleza y sabiduría que tenemos dentro, también llamada intuición; se trata pues, de una renuncia inconsciente a las propias capacidades para hacer lo que queremos, en pos de un sentimiento que nos devuelve al niño o niña que un día fuimos.
La vergüenza es bastante común -aunque no exclusiva- en las mujeres, de hecho la feminización de la vergüenza es un tema recurrente en las redes sociales y no son pocos los que han escrito sobre ello. A mi modo de ver, la vergüenza ha servido a lo largo de la historia como mecanismo de control y sometimiento de las mujeres al sistema dominante, el establecido por y para hombres, ya que a través de la experimentación de este sentimiento se hace lo posible por adaptar el propio comportamiento al marcado por el grupo, por la mayoría. Desde este punto de vista, la vergüenza se deposita en las mujeres para que tengan un comportamiento social más comedido, para que supriman la fuerza y el coraje para hacer valer sus propias necesidades y aspiraciones.
Además, parece que está grabado a fuego en el inconsciente colectivo que hay ciertas cosas por las que las mujeres deben avergonzarse… como expresar los propios deseos; finalizar una relación de pareja estable, que un hombre la rechace -o peor aún- la deje por otra mujer… no ser la más joven, las más bella o atractiva del grupo, etc. El autorechazo y la culpa culminan en lo que conocemos como falta de amor propio, y es precisamente esa falta de amor la que produce una serie de síntomas como la desvalorización y autocensura ante todo aquello que pueda suponer una amenaza para la propia imagen, esa estructura construida a lo largo de los años y tras la que una persona puede decidir esconderse, a veces para siempre.
Aquí cada cual porta –al menos- una buena semilla para mejorar este planeta… y hay quiénes portan millones de ellas. Puede que tu vergüenza te impida plantar unas cuantas por tenerlas escondidas en no sé qué lugar dentro de ti, como si de ella fuese a brotar algo feo o monstruoso, algo de lo que los demás se puedan reír o puedan criticar de ti…
¡Pamplinas!
Soltémonos el pelo y mandemos la vergüenza a paseo aunque sea media hora al día… en pequeños detalles conscientes, en los propios pensamientos, en la comunicación con las personas más cercanas o como buenamente se te ocurra… de forma saludable y ecológica con tu entorno. Al cabo de 40 días haciéndolo ya habrás instaurado un nuevo software (también llamado hábito), el de la desvergüenza, aunque sea para contrarrestar el otro que lleva tantos años contigo.
Reflexiona sobre lo siguiente:
- ¿Quién no ha cometido uno, dos, tres, cuarenta y tres… errores en su vida?
- ¿Quién no ha asegurado algo de lo que no estaba del todo seguro?
- ¿Quién no ha realizado promesas que no ha podido cumplir?
- ¿Quién no ha tenido un mal pensamiento hacia algo o alguien, aunque haya sido de manera fugaz?
- ¿Quién carece de una habilidad concreta para hacer algo? (y digo solamente una porque soy bienpensada).
- ¿Quién no ha hecho el ridículo alguna vez en toda su vida? (aquí los y las valientes, o los que tienen sentido del humor.., seguro que pueden admitir más de una media de 20 veces).
- ¿Quién no se ha sentido rechazado o no amado al menos un vez en su vida por alguna otra persona?
A ver… somos humanos y estas cosas pertenecen a los de nuestra especie, ¿lo tienes claro ya? En esto sí que coincido en que todos somos uno.
Inmaculada Asensio Fernández
Como siempre Inmaculada, una breve pero acertada reflexión acerca de la vergüenza, es cierto que la autoestima, esa autoestima basada en el conocimiento propio y la aceptación (no en la vanagloria), pasa por dejar de tener que gustar a todos o de agradar al sistema.
Tus artículos siempre nos aportan mucho.
Eladia.