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Dicen algunas teorías que tratan de explicar el origen de la violencia que la escasa tolerancia a la frustración puede ser un factor desencadenante de este tipo de conductas (véanse los estudios clásicos de la Universidad de Yale en 1938, realizados por Dollard, Miller y colaboradores). Sentir frustración puede llegar a ser muy desagradable, hasta el punto de poner en jaque nuestro bienestar y autoestima… y todo por un deseo que no se logra satisfacer. Puede estar relacionado con algo de tipo material, o con un afecto que no logramos alcanzar, o con la necesidad de que nos vean, de que nos reconozcan, etc. Puede vestir muchos ropajes, pero al final la sensación es la misma: no puedo. Y no siempre las causas de esta imposibilidad están bajo nuestro control, sino que no queda más remedio que aceptar que no todo está a nuestro alcance, y la vida sigue siendo perfectamente aceptable, aún con estas limitaciones.
Yo personalmente estoy convencida de que la frustración llama a todas las puertas, en diferentes momentos de la vida. Por tanto, en ese momento exacto en el que estamos contrariados… ¿qué podemos hacer con la frustración?, ¿meterla en una botella y lanzarla al mar en espera de una respuesta?, ¿o sencillamente nos la comemos con patatas? A veces es cuestión de practicar un poco la paciencia.
No existe una respuesta ideal, pero lo que está claro es que nos interesa aprender a gestionarla para que no gobierne nuestra vida. En ocasiones, el sólo hecho de compartir nuestro pesar con alguien cercano, mitiga en cierto modo ese desasosiego interno, esa rabia, esa desazón por lo que no es o no está.
No se puede tener todo lo que se desea, y además no siempre lo que deseamos es conveniente o saludable para nosotros, aunque en esto no se suele reparar demasiado. De hecho, la escultura de nuestro carácter alberga muchos ‘noes’ y muchos ‘no puedo’ que muchas veces fueron pensados, aunque no siempre pronunciados. La sencillez y la humildad de una persona, incluso su generosidad están bañadas en las cálidas aguas de la frustración ya resuelta, ya madurada… a la que podemos llamar ‘frustración amiga’, pues nos ha enseñado a contemplar las circunstancias desde el ángulo más amable.
Una buena pregunta en estos casos…
“¿puede ser verdad que hay algo fuera de mi que puede hacerme feliz… aunque quizá ni lo tengo ni lo conozco?»
Como simples humanos atravesando una experiencia de piel, sentimientos y huesos… añoramos tener lo que creemos que otros tienen y les hace felices, lo que observamos e imaginamos –de cerca y de lejos- lo que esperamos que la vida venga a darnos, aún a pesar de todas las dificultades y sinsabores previos… y atribuimos un valor desmesurado a todas esas cosas que –en teoría- vienen a llenar nuestra vida.
La próxima vez que te pilles en un sentimiento de desánimo o desaire porque las cosas no salieron como tú querías, pregúntate qué esperas que te den las circunstancias, personas o situaciones que añoras, que tú no te sientes capaz de darte. Puede que a raíz de esta nueva pregunta, la frustración te suene a estación pasajera. Puede que a raíz de esta nueva pregunta, dejes de lamentarte. Puede que a raíz de esta nueva pregunta, el miedo desaparezca.
Autora: Inmaculada Asensio Fernández