
Ilustración: http://www.kireei.com/algunas-ilustraciones-bellas/
Conversando con un buen amigo sobre las claves del pensamiento contemporáneo, salió a colación el término ‘posverdad’. Resulta curioso, pero hay veces en las que nos contamos a nosotros mismos, o a otros, una mentira sobre cómo ha sucedido un hecho o como se ha desarrollado una determinada situación, y nos la acabamos creyendo… Y esta mentira personal viene a desembocar en el reciente y extenso concepto de la posverdad, acuñado por el Diccionario de Oxford en 2016.
Las personas tenemos un dialogo interno que dirige nuestra vida y, aunque Platón venía a decir -en el mito de la caverna – que la verdad es independiente de nuestras opiniones y que estaría siempre ahí aunque nadie creyera en ella… Esto hoy día podría ser considerado una inocente creencia construida entre juegos en el patio del colegio. Hay mentiras grandes… enormes, que reposan sobre grandes verdades que no pueden ver la luz, porque nadie cree en ellas, pues resulta que sobre la verdad hay tantos puntos de vista como personas, y tantos matices como intereses personales en salir airoso, beneficiado o indemne de una situación.
Puedes dedicar todo el tiempo del mundo a analizar una cuestión y a exponerla de la manera más objetiva posible, basándote en hechos y evidencias, y con mucha probabilidad te quedarás solo –como se suele decir- vendiendo arena en el desierto, pues cada cual tiene sus propias ideologías y creencias personales contra las que no se puede luchar. De hecho, así lo afirma Arturo Torres en el blog psicología y mente: “la posverdad se ha definido como un contexto cultural e histórico en el que la contrastación empírica y la búsqueda de la objetividad son menos relevantes que la creencia en sí misma, y las emociones que genera a la hora de crear corrientes de opinión pública”.
Las personas que nos dedicamos activamente a la investigación, corremos el riesgo de que nuestros postulados sean invisibilizados o reducidos a las cenizas es pos de esa posverdad, que si bien este concepto no está recogido aún por la Real Academia Española, existe el compromiso de introducirlo en su Diccionario antes de finalizar este año. Pero no sólo el resultado de nuestras investigaciones puede quedar invisibilizado, sino el fruto de nuestros análisis y conclusiones de cara a emitir un juicio, también puede quedar desdibujado por una fuerza similar a la de una simple ola, tal como se desdibujan los castillos de arena en la orilla del mar. Y de nada te sirve patalear y gritarle al mar porqué se llevó tu castillo, o porqué trajo esa ola, pues –o bien te devuelve una ola mayor que te puede mojar por completo, o bien puede hacer caso omiso de tu berrinche y seguir su curso… derribando castillos y arrastrando conchas desde el fondo del mar.
Ante un panorama como el que presenta esta modernidad presidida por la posverdad, el único dique al que aferrarse es la experiencia y la emoción resultante de cada actividad que emprendemos en la vida, sea de la índole que sea, y el profundo sentimiento de dignidad y de valor que nace en nuestro interior cuando nos respetamos, y que sólo puede ser construido piedra a piedra por nosotros y nosotras mismas, incluso a veces desde el dolor.
Creer en uno mismo en medio de esta cultura de la posverdad no es cuestión baladí, y desde luego es posible que en más de un recodo del camino haya que enfrentar algún enfurecido Poseidón, cíclope o lestrigonio… de esos que tanto azotaban el ánimo y la pluma de Constantin Cavafis en su poema Ítaca.
Sólo tú puedes conducir conscientemente tu vida a la luz de las experiencias que te suceden, de lo que te aportan las personas que te rodean, del fruto de tu estudio y trabajo, y de las consecuencias de tus actos y decisiones. Más, para aprender a sobrevivir en tiempos turbios como éstos, en los que una verdad -como tal- no existe, sino que depende del resultado o conclusión que cada observador tiene de cada experiencia, lo que nos queda es aceptar la relatividad de todas las cosas y quedarnos con el aprendizaje que podemos obtener a cada paso, a cada caricia, a cada aplauso, a cada caída, y a cada golpe… ¡que no es poco!
Autora: Inmaculada Asensio Fernández