Dicen por ahí que «en todas las casas se cuecen habas, pero no en todas del mismo tamaño». Este dicho refleja muy bien la realidad social de gran parte de las familias, del mundo mundial -como diría el gran amigo Manolito Gafotas. La aventura de estar vivo implica justo eso, enfrentarse a situaciones difíciles y cambiantes a lo largo de la vida.
Esta frase que hoy da titulo a esta entrada de blog la escuché hace años de la mano de una colega profesional argentina: Adriana, trabajadora social y mediadora familiar. Asistimos juntas a un Congreso de Trabajo Social en Zaragoza y compartimos avatares y vivencias varias. En algún momento que conversábamos sobre la vida, los compromisos, los valores, el amor, el trabajo… ella me dijo: «Inmaculada, en todas las familias hay problemas sociales, – y sentenció: en todas«. Los problemas son inherentes a la raza humana, lo suyo es aprender lo que nos muestran, encararlos y tratar de resolver. Ser conscientes de esta premisa nos ayuda a ser más humildes y a no ir con el cuento de que los profesionales de lo social trabajamos con familias multiproblemáticas. Trabajamos con familias, sin más. Familias atravesando alguna dificultad.
Esta frase quedó en mi, resonando y dando vueltas, como banda sonora de fondo de las experiencias que voy encontrando a cada paso. en mi camino profesional.
Los problemas son obstaculos que hallamos en distintos momentos de nuestro desarrollo evolutivo, que tienen en común el tratarse de situaciones que no sabemos cómo manejar y que por lo general están ligadas a la dinámica social y relacional establecida en nuestro entorno más próximo, que es en definitiva en el que nos desenvolvemos y del que, para bien o para mal, nos nutrimos.
Estos problemas pueden relacionarse con situaciones de enfermedad, muerte, conflictos graves en las relaciones, separaciones traumaticas, adicciones, situaciones de maltrato, la necesidad de sustento económico, etc. El caso es que todas las personas, independientemente de la situación social o económica, conocemos de cerca lo que significa atravesar un proceso doloroso o estresante, y las repercusiones que ello puede tener en nuestro día a día, y en nuestra particular visión del mundo.
Cuando nos vemos avocados a hacer frente a situaciones nuevas, imprevistas, negativas… la incertidumbre, la duda y el estrés pueden nublarlo todo. Las nubes no nos dejan ver “el camino” a seguir, incluso nos impiden ver los diferentes caminos que tenemos ante nosotros (lo que se traduce en opciones), pues posibilidades siempre hay, la cuestión está en verlas. La ayuda de un tercero en esos casos puede ser muy buena, y éste tercero bien puede ser un familiar, un amigo.. o un profesional.
Hay un recurso fundamental cuando se atraviesa cualquier tipo de problema y es el pedir ayuda. Este recurso es el primero y el que verdaderamente puede facilitarnos el salir del hoyo, y no es broma. Pedir ayuda implica tomar las riendas, movilizarnos, y comenzar a estudiar la mejor manera de solucionar la situación que tanto nos preocupa. Siguiendo la metáfora del camino, aquella tercera persona que nos ayuda cuando estamos mal, nos facilita la labor de quitar la broza y apartar las ramas que restan visibilidad para encontrar la mejor ruta aquí y ahora.
Si tenemos alguna persona de valor para nosotros en nuestro entorno para solicitar la oportuna visión objetiva sobre la situación en sí, esto nos aportará claridad, así como nos ayudará a situarnos y a dilucidar lo que es manejable para mi ahora y lo que no. Una persona ajena al problema es capaz de ver opciones, cosa que la persona afectada por toda la vorágine de emociones no tanto.
Otra opción, si eres una persona abierta y te lo puedes permitir, puede ser solicitar ayuda a un profesional (psicólogo, trabajador social, mediador, coach…), pues éstos profesionales tienen una especialización clara a la hora de abordar problemas y pueden proporcionarte herramientas nuevas, así como mostrarte las que ya tienes y que no puedes ver (por el estado de confusión), lo cual va a forjar aún más tus posibilidades de salir de ese estado lo antes posible.
En mi profesión como trabajadora social en ocasiones he recibido llamadas y consultas de diferentes colegas profesionales, de lo social y de lo humano, quiénes necesitaban desahogar un problema de tipo personal y/o familiar con el cual llevaban tiempo lidiando, pero sin resultados (por lo menos no a la vista). El caso es que en todos los casos siempre he percibido una especie de pudor o vergüenza a la hora de relatar sus preocupaciones o problemas, de hecho suelen comentar:
“Compañera, no quiero que te hagas una visión equivocada de mi, pero de pequeña… «tal o cual cosa», o mi padre siempre ha sido un hombre (…), o mi madre (…), mi marido (…); en fin, ejemplos varios.
Y hay algo que siempre me ha gustado decirles y es que “nada de lo humano me es ajeno». Y no es simplemente una frase hecha, sino que es la verdad. Yo misma me he enfrentado a dificultades de todo tipo, algunas de las cuales he resuelto con éxito, y otras que ha resuelto el tiempo, el caso es que nada me es ajeno, y la empatía que siento en cada uno de los relatos me hace confiar en las capacidades de cada persona para salir de sus historias y de sus dificultades, con o sin ayuda, aunque a veces un empujoncito hace mucho.
En todas las familias hay problemas sociales, sí, y esto es algo que nos acerca bastante a los demás, independientemente de su vida y circunstancias. El sufrimiento humano vive en la mente, y se alimenta de los pensamientos. Si los pensamientos no se cuestionan, puedes tirarte toda la vida viviendo de tu historia: la historia de donde naciste; la historia de donde te criaste, la historia de que lo has pasado mal, la historia de que tu pareja te abandonó, o la historia de que no vales lo suficiente… Y como todo son historias y las creemos, esto puede no tener fin. Sin embargo hay una pregunta que también resuena en mi, esta vez de la mano de la autora estadounidense Byron Katie:
¿QUIÉN SERÍAS TÚ SIN TU HISTORIA?
Yo quizá un poco más libre: y TU?
Autora: Inmaculada Asensio Fernández