Desatando las cadenas de la Aprobación Social: el camino hacia la Autenticidad

En el tejido de nuestras relaciones sociales a menudo nos encontramos atrapadas en una telaraña: la necesidad de aprobación social. Pero, ¿Qué implica realmente este fenómeno? Es el acto de colocar el juicio de los demás por encima del propio, un espejismo que nos aleja de nuestra esencia y limita nuestras experiencias de vida. No se trata solo de un juego de espejos donde buscamos reflejarnos favorablemente en la mirada de los demás; es una cadena que nos arrastra hacia la disminución de nuestra autoestima y hacia la pérdida de nuestra autenticidad.

Especialmente para las mujeres, desde temprana edad, la sociedad nos inculca la idea de buscar validación externa, moldeando nuestras acciones, decisiones y percepciones de nosotras mismas en base a cómo nos aprecian los demás (fundamentalmente el tema cuerpo nos mantiene en situación de alerta durante muchos años de nuestra vida, gustar a los demás). Este aprendizaje, arraigado en nuestras experiencias desde la infancia, nos lleva a una encrucijada vital donde debemos aprender a desvincular nuestra autoestima de la aceptación social, debemos cuestionar esta necesidad y revelarnos contra ella.

Esta sed de validación externa nos lleva, en ocasiones, a someternos a situaciones, comportamientos y personas que no resuenan con nuestro ser verdadero, comprometiendo así nuestro bienestar. El problema radica, no solo en buscar aprobación, sino en convertir esa búsqueda en el eje de nuestras decisiones y relaciones.

¿Vivimos en libertad y respeto hacia nosotras y nosotros mismos, o estamos encadenadas a la necesidad de agradar a los demás?

El hábito de buscar confirmación externa antes de tomar decisiones fomenta una dependencia emocional que nos aleja de la autonomía y la fortaleza interior. Nos priva de enfrentar las experiencias poco fáciles de la vida confiando en nuestra capacidad de mantenernos a flote, pues cada revés o cada error también es una oportunidad para madurar y adquirir sabiduría.

Es aquí donde la figura de la trabajadora social o del trabajador social se puede convertir en un faro de esperanza para otras personas atrapadas en situaciones de constante desvalorización. Estas y estos profesionales desempeñan un papel crucial para promover la autonomía y fortalecer la autoestima de las personas más vulnerables, a través de un acompañamiento honesto, cálido y consistente. A través de su intervención, brindan las herramientas y el apoyo necesario para que cada persona pueda encontrar su voz y lugar en la sociedad, liberándose de las cadenas de la aprobación externa.

La labor de la profesión de Trabajo Social trasciende la Asistencia; se convierte en defensora activa de aquellas personas en situaciones de fragilidad, ayudando a establecer límites firmes contra aquellos que buscan aprovecharse o causar daño. Mediante estrategias de intervención y psico-educación, las y los trabajadores sociales empoderan a las personas para que se reconozcan a sí mismas como dignas de respeto y amor propio, más allá de cualquier validación externa. Y ese camino sólo se atraviesa caminando, no hay otra, como dice la poesía de Machado… «caminante no hay camino, se hace camino al andar».

Arriesgarse significa abrazar la posibilidad de errar, pero también de aprender y, sobre todo, vivir conforme a nuestros propios dictados. La autenticidad emerge cuando dejamos de lado el temor al rechazo y comenzamos a actuar de acuerdo con nuestros valores y deseos más profundos.

Entonces, ¿Cómo podemos liberarnos de esta necesidad de aprobación? Propongo comenzar por algo tan sencillo como la auto-indagación. Para romper con este ciclo, es esencial iniciar un viaje de introspección, cuestionándonos cuánto de nuestras vidas ha sido dictado por el deseo de ser aceptados. Este es el primer paso hacia una liberación auténtica. En este proceso, cultivar la autoestima se convierte en una prioridad: aprender a tomar decisiones auto-protectoras, y que nos pongan en valor, no que nos lo quiten. No se trata de estar constantemente discutiendo con el entorno tan imperfecto en el que todas y todos vivimos, sino en practicar la asertividad y no entrar en los esquemas dañinos de otras personas que nos provocan algún daño, o que nos desmerecen de algún modo. Por otro lado, hay que ser indulgente con los propios defectos e imperfecciones, de este modo también seremos indulgentes con los demás, practicaremos la compasión y en el entendimiento.

Una estrategia vital para desaprender esta búsqueda externa de aprobación es iniciar prácticas de afirmación propia. Esto puede incluir ejercicios de gratitud enfocados en nuestras cualidades (fortalezas), diarios de auto-reflexión que realzan todo lo que hemos hecho bien, nuestros logros y conquistas personales, aquellas decisiones que nos han dado independencia y fuerza en la vida, y, sobre todo, rodearnos de relaciones que nos refuercen positivamente, reconociendo nuestra valía intrínseca más allá de cualquier validación externa.

Deja de actuar para encajar. No funciona.

En el camino hacia la autenticidad, es crucial aprender a confiar en uno mismo. Esto no significa que debamos aislar nuestras opiniones de los demás, sino entender que la decisión final nos pertenece, somos los responsables directos de ella. La verdadera libertad reside en ser fieles a nosotras mismas, incluso cuando eso signifique nadar contra la corriente. Las y los profesionales del trabajo social son aliados esenciales en este viaje, ofreciendo su guía y apoyo para que las personas puedan continuar con un proyecto de vida autónomo e independiente por el mayor tiempo posible… hasta que las situaciones de dependencia son tan graves que ponen en peligro nuestra integridad.

Imaginemos a una persona que se ha liberado de las cadenas de la aprobación social, cómo podría ser una descripción anatómica de su ser interior:

Cabeza erguida, reflejo de resiliencia: Sobre su frente, las líneas del tiempo no solo cuentan historias de alegrías y logros, sino también de reveses y decepciones. Sin embargo, estas no limitan su mirada; al contrario, la ensalzan, pero nunca por encima de otras personas.

Hombros relajados, sosteniendo de la mejor manera posible las circunstancias que se presentan en la vida (con conciencia): Estos hombros han sentido el peso de los fracasos, pero en lugar de encorvarse bajo esas cargas, se han fortalecido, mostrando la capacidad de llevar con dignidad y humildad los reveses de la vida. Suela lo que no se puede cambiar y abraza con valentía el continuo fluir de la existencia.

Corazón amplio, aún con sus cicatrices: Cada cicatriz es un testimonio de las batallas vividas, de las pérdidas y las desilusiones que, lejos de disminuir su capacidad de amar y de sentir, ahora se transforman en esperanza.

Manos abiertas, acogiendo las lecciones de la vida: Estas manos han aprendido a recoger los pedazos de los sueños desmoronados para construir con ellos un nuevo plan, hasta que lleguemos a la última pregunta en la antesala de la muerte.

Pies firmes: Caminan por un sendero salpicado de luces y sombras, reconociendo que cada caída, como dice el poeta Pessoa, puede ser un paso de danza. No hay temor al tropiezo, pues «el que tropieza, o se cae o aventaja camino«, como dice el refrán. Esos pies caminan, observando bien sus pasos y valorando esa capacidad de desplazarse, sin pasos apresurados.

Esta persona, forjada en la amalgama de experiencias, victorias y derrotas, emana una presencia que es tanto refugio como faro. Su existencia es un recordatorio viviente de que los mayores reveses pueden ser los precursores de nuestras más grandes revelaciones y transformaciones, enseñándonos que la esencia de la vida no radica en evitar las caídas, sino en la manera en cómo elegimos levantarnos frente a ellas para seguir adelante.

Inmaculada Asensio Fernández.

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