Odiar a otra persona es como tomar un bote de veneno tú, y esperar a que muera el otro.
Así es el rencor, corrosivo y verdaderamente dañino para nuestras emociones y para nuestra salud física, pues no sólo perjudica nuestro estado emocional, sino que se traslada a nuestros órganos internos y nos limita los años de vida.
No parece rentable ni útil odiar a otras personas, por más grande que sea nuestra afrenta. No nos otorga poder sobre otros ni nos devuelve la dignidad herida. El odio en sí nos perjudica gravemente y hay que saber gestionar sus efectos para buscar vías de escape a todo el dolor que puede provocarnos, perdonando al otro.
Perdonar no significa que el otro no ha hecho nada, o que está absuelto o libre de responsabilidad… NO. Perdonar significa soltar la necesidad de resarcirnos, soltar la necesidad de que el otro cambie y reconozca todos los errores que ha cometido y que nos han causado daños.
Un artículo de El País Semanal abordó el tema del resentimiento alertando de sus nefastas consecuencias para la vida de las personas, y en concreto señaló que «Fred Luskin, director del departamento de estudios relacionados con el perdón de la Universidad de Stanford, en Estados Unidos, aconseja que es bueno olvidarse de las expectativas sobre cómo deben actuar los demás para que ese laberinto del rencor se desplome por sí solo«.
Por otro lado, el Dr. Everett Worthington ha demostrado científicamente que el rencor nos quita años de vida. Odiar nos predispone al riesgo de infarto y debilita el sistema inmune, ¿merece la pena?
Él habla de dos tipos de perdón: el racional, que se basa más en una decisión personal que en una comprensión amplia de lo sucedido; y el perdón emocional, que implica cambiar las emociones hacia la otra persona y comprender sus motivaciones. El segundo es el que, de verdad, sana a una persona, aunque no debemos desdeñar ni uno ni otro. A veces –de hecho- es la decisión la que da paso a la comprensión.
Inmaculada Asensio Fernández