
Imagen tomada de: https://goo.gl/Hae6ei
Transformar el barro en oro no debería ser una cualidad limitada al Rey Midas, sino que este mundo sería mucho mejor si pudiéramos limpiar de barro algunos de nuestros recuerdos, así como algunos vínculos con aquellas personas que han sido importantes en nuestra vida y que nos han dañado.
Midas fue el rey de Frigia entre el año 740 y el 696 antes de Cristo, y -según la mitología griega- tenía la habilidad de convertir en oro todo lo que tocaba. Esta sorprendente cualidad le provocó la muerte por inanición, pues desgraciadamente no podía elegir en qué momentos convertir lo que tocaba en oro o no, y absolutamente todo lo que rozaba su cuerpo tomaba una tonalidad dorada y se volvía duro como una piedra, y hasta la fecha sabemos que el oro no se puede comer.
Lo que para Midas supuso el fin, para cualquier otra persona podría suponer el fin del sufrimiento, siempre que esa cualidad sea bien encauzada y elaborada, y además desde la convicción de que si logramos transformar todo el dolor que hemos sentido, en algo positivo o simplemente útil para otras personas… nuestra virtud estará muy por encima de la del propio Midas.
Las decepciones, los desengaños y los rechazos no se eligen, sin embargo hay veces en las que vivimos en una jaula virtual que ocupa gran espacio en nuestra mente: nuestros recuerdos. Nadie nos ha enseñado qué hacer con todo eso que hemos vivido y que sigue ocupando mucho espacio, demasiado espacio… tanto que ya no somos capaces de distinguir si pasó, o si nos está sucediendo en este preciso momento. Revivimos una y otra vez conversaciones y ausencias, lo que pudo ser y no fue… Esto -no sólo no contribuye a nuestro bienestar y a construir un puente hacia la esperanza- sino que nos puede alejar del amor y de las buenas sensaciones en el presente. Aunque no lo creas, el pasado puede pesar más de la cuenta, y sin darnos cuenta podemos acabar perdiendo nuevas oportunidades de reescribir nuestra historia. En medio de nuestra impotencia, podemos culpar a quién no debemos por nuestra amargura, e ir dejando un reguero de nuevas despedidas o desavenencias con las personas que hoy día forman parte de nuestra vida y de nuestros afectos.
Yo propongo barrer todos esos recuerdos: abramos las ventanas, ventilemos de punta a punta cada rincón de nuestra casa, gritemos al viento, al mar o al mismo sol que ¡se acabó! y que ya no vamos a seguir recitando todas esas frases del pasado; que no vamos a seguir proyectando esa película mental en blanco y negro. Que los recuerdos de la infancia o de la adolescencia, los de la entrada a la vida adulta o bien avanzada la madurez… ya no tienen sentido si yo estoy en otro momento, en otro presente, en otra situación mucho más amable y que nada tiene que ver con eso que pasó.
Toma tus recuerdos y guárdalos en una caja. Reflexiona sobre qué puedes hacer con ello. Hay quienes construyen un método para ayudar a otras personas a superar determinadas situaciones y de manera casual se convierten en mentoras para otros y otras que se encuentran en medio de una situación dolorosa. Incluso hay quienes componen extraordinarias melodías; o quiénes escriben obras teatrales, libros, guiones de película de nominación a Goya. Otras personas pintan hermosos cuadros, o utilizan sus vivencias y su carrera profesional para enseñar a otras personas nuevas estrategias para enfrentarse a determinadas situaciones conflictivas.
Esto es oro, ¿acaso pensáis que no estaría más que orgulloso Midas de esta maravillosa y mejorada cualidad?
Inmaculada Asensio Fernández.